A Úbeda, ciudad inmensa

18 abr 2016 / 17:54 H.

Un maestro hindú comparaba la meditación con clavar una estaca en el suelo, amarrar un mono, conseguir que el mono se subiera a la estaca y que se quedara quieto sobre ella. Esa sensación sobre la imposibilidad de dominar una materia es, más o menos, la misma que tengo yo sobre la vida. Cuanto más tiempo paso en ella más compleja me parece. Puede que por eso me cause tanta admiración la primorosa simpleza con que mis padres han llegado a entender todo este trajín que tiene levantarse cada mañana, dejar templar el día a través de la piel, y volver a acostarse. Desde hace unos meses, con la excusa perfecta de su avanzada edad, tengo la suerte de visitar Úbeda regularmente para compartir el fin de semana con ellos y con esa ciudad inmensa. Con Úbeda me ocurre algo que no me pasa con ningún otro lugar. Cada vez que entro por su puerta mágica, que coincide con la de la casa de mis padres, me siento arrastrada a aquel mundo desalmado y asombroso que hizo de mí una adolescente alegre, inocente e insensible; condiciones imprescindibles, según J. M. Barrie, para que una persona pueda volar. Sé que no han sido ni la casa ni la ciudad que la vida eligió para mí, pero cuando en algún momento mi mente de adulta ha creído oportuno romper o interrumpir mi trato con ellas, un principio de insólita conexión hace que esta relación recomience, cualquiera que sea el cajón que abra, el rincón que admire o el lugar por el que pasee durante mis largas caminatas por sus calles. A veces, ese vínculo es tan intenso que me duele no formar parte de su entramado diario. Añoro no poder tocar sus duras piedras e incluso no cobijarme en ella durante sus recios inviernos. En efecto, los años no han simplificado mi mundo, más bien lo han ramificado con un laberinto de cosas y personas de las que no me puedo desligar. Y Úbeda es esa ciudad líquida que me inunda de recuerdos, concreta mis sentidos y no cesa de reconstruirse una y otra vez ante mis ojos, ya sea atizándome con usanzas, o arrullándome con sonidos de un mundo cultivado y subterráneo. Curiosamente, eso no la hace única a estos ojos miopes, porque Úbeda no es única. Yo sé que es múltiple.