Aceituneros activos

09 nov 2017 / 08:41 H.

Este año ha tardado más de la cuenta en aparecer el frío, pero aquí anda ya anunciando con su capa blanca las primeras escarchas, los ocres del otoño, y la noche que se viene antes invitando al recogimiento en la casa, la mesa camilla y el brasero. Levantarse temprano es un ejercicio vitalista en tiempos de desasosiego. Los días se suceden por inercia y lo más necesario es saber cuándo llueve. De algún modo, decir frío es decir aceituna, hablar de miles de personas moviéndose desperdigadas en cuadrillas, con su monotonía y su esfuerzo, miles de trabajadores que se echan al campo con el frío de la mañana, con los dedos engarrotados para darle con un piqueta al olivo, arrastrando los fardos sobre la tierra cuarteada, para llenar con los esportones los remolques del preciado fruto. Decir frío es sudor de miles de aceituneros activos, recordando con un guiño el poema, en busca del jornal mansamente. Hay cosas que no cambian aunque nada se parezca. Y mientras, la campaña una temporada más comienza tarde, porque aquí se cuida poco la calidad y —lo sabemos— se va a la cantidad. A los kilos. En Italia, con quien nos deberíamos comparar al menos en esto, nos llevan mucha ventaja. Allí ya está acabando la recogida, cada uno con su aceite, sin mezclas, seleccionado cuidadosamente, envasado para consumo propio o vendido a precio de oro. Extraen su AOVE cuando el fruto está aún verde, con bajos rendimientos, pero excelente. Aquí nos equivocamos, como en tantas cosas, sí, y viene de lejos. Hay inercias difíciles de cambiar, no tanto como los días que se suceden, pero casi. Por lo pronto, con la sequía, no solo se tendrán que rebajar las peonadas para cobrar el subsidio, sino que eso significa menos ingresos y más estrecheces que se añaden a las carencias cotidianas de una economía rehecha al albur de la crisis, y lo que es muchísimo peor, a cómo nos hemos quedado ahora que, según dicen, ya no hay crisis. Ahora que reina el capricho de la ingeniería financiera de las altas esferas. El éxito de una forma de pensar, de actuar, lleva a su fracaso, pues esa forma cambia las condiciones de contorno del sistema, de manera que se necesita otra forma mental distinta para resolver los problemas que la primera ha creado y no puede corregir dentro de sí misma. Se llega a puntos críticos o puntos de no retorno. Estos puntos críticos suponen pequeños cambios mentales de consecuencias inmensas. No hay marcha atrás, podríamos resumir. Pero no solo eso. Es el cambio que conlleva. El mejor ejemplo fue la Revolución Francesa, que terminó con la idea del derecho divino de los reyes. Ejemplo actual son las consecuencias del desastre ecológico y el cambio climático, la destrucción de la capa de ozono y el calentamiento global. Sin embargo, a pesar de lo que ha llegado a su límite o tope, a pesar de que el hartazgo ha colmado propósitos y voluntades, hay cosas que no cambian en esta tierra históricamente despreciada y deprimida, desfavorecida y maltratada. Hay que sumarle a los señoritos los que no lo son tanto, a la ignorancia la incompetencia, a los oportunistas la arrogancia, a la chulería el despropósito, al disparate el gasto innecesario... y así sucesivamente. Hasta el frío ha dejado de ser frío, aunque todavía muy de mañana, con su dedo helado, la escarcha dibuje sobre el campo, con sus escamas cristalinas, un tesoro de quietud.