Agresión relacional

15 feb 2019 / 11:55 H.

Hace ya algún tiempo hojeando las noticias de prensa encontré un artículo en el que se decía que, en La Pobla de Segur, el pueblo de la provincia de Lérida donde nació José Borrell, actual ministro de Asuntos Exteriores, el Ayuntamiento había aprobado una moción para convocar una consulta popular con la que se debía decidir si se cambiaba el nombre del paseo que en su momento, años antes del actual delirio nacionalista, le habían dedicado a su dilecto paisano, se supone que agradecidos por los méritos contraídos en la promoción y desarrollo de su pueblo. No es agradable hablar de la extraña y detestable manía de los corregidores que, sin venir a cuento, se dedican a rebautizar el nombre de las calles en los pueblos y ciudades, unas veces por motivos políticos que no suelen corresponderse con la opinión general de todos los habitantes, y algunas otras atendiendo en la mayor parte de los casos a turbios intereses de parte. No sé cómo acabó este asunto, si es que se ha acabado, pero mucho me temo que este ilustre catalán no habrá conservado esa distinción y que en su fuero interno se sentirá más que dolido ante tamaño desafuero, porque de todos es sabido el amor que siente por su tierra, lugar al que suele acudir cada vez que tiene la oportunidad de hacerlo. Da la impresión de que sus adversarios políticos quieren anularle y no hay mejor manera de conseguirlo que forzando el aislamiento social de este peligroso disidente, hijo de un panadero, cuyo nombre se ha de borrar del nomenclátor de calles y plazas de su pueblo. Esta agresión relacional se produce cuando una persona es obligada a alejarse de su entorno de forma involuntaria, lo cual deriva en una muy dolorosa soledad forzada, pero así son las cosas de los pueblos y suele ser el trato que reciben muchos de los que, habiendo nacido en ellos y perteneciendo a una clase social no dominante, destacan en cualquier ámbito profesional o artístico. Las verdaderas causas de un proceso de aislamiento no suelen ser fáciles de identificar y dependen mucho de cada individuo en particular. La mayor parte de las veces la eclosión de esa conducta colectiva se produce como reacción a un hecho que marca el inicio de la desconexión afectiva respecto del individuo que acaba de triunfar, que ya nunca más será reconocido como igual por todos aquellos que hasta ese momento le acogían como uno más. En adelante, este individuo será siempre motivo de discordia, bien porque la envidia corroe las mentes de aquellos que le fustigan y quieren obligar a todo el entorno a despreciarle, o bien porque el miedo a ser considerados cómplices del distinto obliga a muchos otros a callar y aceptar la situación impuesta por los más fuertes desde un punto de vista social. Miedo en muchos y envidia en algunos otros suelen ser los sentimientos dominantes en un contexto de odio e incomprensión social. Mientras tanto el sujeto pasivo tiene que sobrevivir en una situación de desconexión social que es dañina y peligrosa para su propia estabilidad emocional y que conlleva grave riesgo para su salud física y mental, ya que es bastante probable que pueda sufrir una depresión. Ha de ser muy fuerte y tener las ideas muy claras para controlar las emociones, ajustar el modo de comportarse a la nueva situación y aprender a discernir sobre los motivos reales que tiene cada uno de sus inquisidores más o menos voluntarios, con el fin de tratar de dar a cada cual aquello que está dispuesto a permitir, pues la presión social hace que las reacciones a cualquier gesto de comprensión o amistad pueda derivar en un enfrentamiento en el que siempre resultará escarnecido por el entorno. Aquel que ha de sufrir esta situación tiene que aprender a vivir en permanente zozobra y encontrar cómo puede atenuar los efectos de la soledad que le es impuesta. La seguridad en uno mismo, en lo que se es capaz de hacer y resistir sin mostrar signos de flaqueza, tratar de identificar con claridad a los verdaderos enemigos, desarrollar la capacidad de conocimiento de las reglas no escritas de ese medio hostil y usarlas para recuperar posiciones perdidas de forma gradual, aprender a rebajar el grado de dependencia que tiene de la sociedad que le fustiga y no rendirse jamás ante ningún obstáculo o caída imprevista, son las claves para sobrevivir.

El aislamiento social es una forma de anular a los elementos más valiosos de la sociedad, y acabar con él es uno de los mayores anhelos de aquel que lo sufre, pero no hay que esperar nunca nada y sobre todo hay que saber aceptar lo inevitable.