Agua, ajos, cebollas
y mucho olivar

28 dic 2016 / 12:08 H.

Viajo hoy para realizar mi paseo semanal a Jamilena, el pueblo más pequeño de extensión de la provincia. Y lo he elegido por razones que “al personal le importa un carajo; así que no me toquen los cataplines buscando a dónde voy o de dónde vengo”. Disculpen arranque tan grosero con el que solo pretendo despedir las celebraciones del centenario natalicio de quien tal exabrupto escribió, Camilo José Cela. Y, aprovechando que “el Pisuerga pasa por Valladolid”, traigo a colación el desdén con que trata su paso por este pueblo en su “Primer viaje andaluz”, publicado en 1959 y escrito por encargo. Tres años anduvo recorriendo el erial en el que España se había convertido; tres años a mesa y mantel, alternando el viaje con su trabajo como censor literario del franquismo. Tan apresurado iba que de este pueblo solo dijo: “A poco de salir de Torre del Campo, y a mano izquierda, queda el camino de Jamilena, con su ermita de Nuestra Señora de la Estrella, que pertenece al curato torrejimenudo de San Pedro”. Quizás la prisa por llegar a la hora de su siesta de “pijama y orinal” motivó el desdén, como quizás escribiera la nota al despertarse, ya que de este pueblo solo contó una mentira, que en el pasado fue verdad: la falsa existencia de la ermita de la Virgen de la Estrella, sobre la que hace cinco siglos se levantó el actual templo parroquial de la Natividad, siguiendo planos de Francisco Castillo “El Mozo”. Y es que por Jamilena no se pasa; a Jamilena hay que ir para conocer uno de los vértices del triángulo que forma junto a Martos y Torredonjimeno. Comencé la visita buscando desde dónde contemplar una mayor panorámica de la población. Y al encontrar el lugar, quedé quieto y silencioso y anoté en mi libreta: “Tengo que preguntar si hay algún pintor que haya dibujado esta sublime estampa en un atardecer otoñal. El pueblo parece una sábana tendida sobre olivos esperando que el sol la haga más blanca aún”. Se veía el caserío derramándose por las faldas de los cerros “Pecho La Fuente” y “Espinar”, encajados en la sierra de la Grana. Sentí la curiosidad de saber si esta orgía de colores que asoman en las rocas, pinares, caserías y huertos han sido recogidos por el alma de alguno de los pintores de esta tierra; y anoté consultar catálogos de Pedro Beltrán Cazalla, Rafael Moreno, Francisco Castellano Garrido o Rafael Castellano Pérez. Yo ya había escrito varias veces sobre este pueblo, pero no acostumbro a guardar originales, hace poco, un viejo amigo, Juan Liébana López, me remitía, escaneados, dos textos míos sobre el pueblo, publicados, uno en 1996 y el otro, en 1999. Este último era un manojo de lamentos, denuncias, gritos y pesares por el consentido deterioro del escaso, pero rico patrimonio de la población. Fue pasando el tiempo y me iban llegando noticias de un lento y profundo trabajo de concienciación ciudadana para salvaguardar su riqueza monumental. Y me agradó comprobar que quien estaba detrás era el compañero cronista Juan Carlos Gutiérrez Pérez, al que la investigación de la Genealogía lo llevó a la apasionada y desbordante tarea de conocer y difundir la riqueza patrimonial de su pueblo. Ya sabía yo que ya antes que los romanos poblaran el lugar y le dieran nombre, otros pueblos vivieron en colonias en el lugar que llaman “El Calvario”. Siempre pensé que el desconocimiento de su protohistoria se debía a la poderosa impronta que dejara la Orden Calatrava tras la conquista, cuando se trazó un nuevo sistema de poder socioeconómico local que ha perdurado durante siglos, desembocando, a comienzos del siglo XX, justo en los años en que creció la población, en el resurgimiento de una nueva y poderosa oligarquía local, agrícola y caciquil. A la par, o como reacción, fue surgiendo en este pueblo una conciencia de clase entre los trabajadores, amparada y alentada por la temprana presencia entre los trabajadores de agrupaciones políticas como el PSOE o sindicales como la UGT. Ese viejo clasismo, que aunque ya superado, no deja de asomar de vez en cuando, se aprecia en una especie de “aguafuerte” que intuí mirando, por un lado, las fachadas de estilo regionalista de algunas casas de la calle Llana y sintiendo la solera, por otro lado, que se aprecia en las calles del barrio del Pilar, núcleo matriz de la población. Y pude descubrir dos rincones, cuya traza nunca antes había visto. Y me pregunté qué llevaría al Marqués de Santillana a inventar el personaje Miguel de Jamilena en sus “Serranillas”. Y, conforme caminaba, afloraban en mi memoria nombres como el Padre Rejas, los músicos Miguel Ángel Colmenero y Manuel Jiménez Pérez y me alegré de recordar que era de este pueblo uno de los personajes de un próximo libro mío, Juan Bautista García Llamas. Y seguían acudiendo otros nombres como los de José Castellano, Fernando Gallardo y Pepe Checa, con quien compartí una tarde del 14 de septiembre, viendo cómo todo un pueblo se fundía al paso elegante, señorial y sencillo de la imagen de Jesús Nazareno, estampada en un cuadro que se abría paso por entre la gente. Este pueblo que ha ido creciendo hasta tener hoy 3.500 habitantes, figuró durante muchos años en las estadísticas oficiales con las tasas de emigración más bajas de Andalucía. Y es que si algo distingue al “jamilenúo” es su cariño a la tierra; y, por eso, mientras cuida de sus extensos campos de olivares, busca nuevas vetas que explotar para no tener que emigrar. Y así fueron surgiendo empresas familiares que entraron en el mercado del ajo y la cebolla; otras se dedicaban al metal o la construcción e incluso a la minería, aprovechando canteras de donde sacar el cemento. Últimamente le ha tocado resurgir al sector hortofrutícola, siendo ya algunas de sus floristerías consideradas como las mejores de la provincia. Y, ante los nuevos retos que presenta el cambio climático, este pueblo tiene una riqueza escondida y que algún día pondrá en valor:el agua que corre por los veneros de sus entrañas y que asoma briosa en la Fuente Mayor; el agua de los arroyos Jarica, las mulas y el cubo que empapan las huertas; el agua del arroyo Cefrian, que nace en los baños de “La Salvadora”, borbotón de aguas medicinales antaño y en donde han aparecido restos de salas de baños circulares, con escaleras de acceso, datadas en tiempos romanos y árabes.