Aguantando el chaparrón

30 ene 2017 / 12:32 H.

Lo mismo apaga un fuego que soporta un intenso chaparrón. Javier Márquez Sánchez cumple hoy catorce meses con el peso de la vara de mando sobre sus espaldas y, aunque le queda mucho camino por recorrer hasta llegar a subir al tranvía, empieza el año con retos que marcarán el éxito o el fracaso de sus propios pasos. Complicada está la heredada situación en la que se encuentra un Ayuntamiento imposible de dirigir cuando el agua sube peldaños y amenaza con ahogar a quienes intentan sacar la cabeza para no morir en el intento. El paraguas se convierte en una herramienta primordial hasta para salir a comprar el pan, aunque sea de fiado, porque la calderilla escasea en los monederos de lo público. Y esa falta de erario marca el abrupto sendero por el que está obligado a viajar el que todavía se conoce como nuevo alcalde de Jaén.

La aprobación de su primer presupuesto es la principal asignatura pendiente, después de pedir la limosna del adelanto de la Participación de Ingresos del Estado para abonar religiosamente las nóminas, por los siglos de los siglos... La ciudad está paralizada y, aunque las iniciativas existen y los sueños también, urge la aprobación del proyecto económico por el que se regirá la capital en este recién estrenado 2017 para poder echar a andar. Todo está pendiente de ese pleno municipal —que ya no será en enero— para el que el Partido Popular tira de amigos y enemigos políticos con la firme intención de sacar las cuentas adelante. Los fondos europeos de la Estrategia DUSI, la licitación del pliego de la basura y hasta el más mínimo mantenimiento de las deterioradas calles de Jaén necesitan el “sí” de ese documento público. Recabar apoyos entre los concejales sin siglas a las que rendir otro tipo de cuentas se convierte en una misión obligada en los prolegómenos de tan temida sesión plenaria. La reorganización de áreas derivada de la marcha de Francisca Molina a la Subdelegación del Gobierno puso en bandeja la oportunidad de guiñar el ojo a un edil, no adscrito para más señas, para arrimar las ascuas a sus sardinas. Ser vicepresidente de la Sociedad Municipal de la Vivienda no computa en Hacienda, pero da caché y, sobre todo, currículum en unos tiempos en los que los títulos suman puntos. Hará falta dar un paso más, de esos de tortuga, para que no haya lugar a dudas a la hora de la votación de las noches en blanco. Porque tiene que quitar el sueño aquello de querer hacer y, sin embargo, no poder.

Javier Márquez quiere y no puede. Quiere hacer ciudad, gestionar el maremágnum que tiene entre manos, construir un centro comercial, poner en funcionamiento el tranvía y alzar un pabellón deportivo de categoría para una capital. Por querer, quiere hasta desempolvar aquellos proyectos ideados por contrincantes cuando las vacas todavía engordaban. El problema es que no puede y tampoco tiene quien le eche un cable. Si acaso, al cuello. Él, que dejó volar alto a su antecesor para que cumpliera sus sueños políticos en Madrid, no tiene coronel que le escriba, aunque sí perro que le ladre. Necesita manos amigas a raudales y señales de vida por doquier para llegar al final del mandato con el aliento preciso que le permita respirar. Mientras tanto, no le queda otra que aguantar el chaparrón.