¿Alcaldes ejemplares?

10 ene 2018 / 08:59 H.

No hace mucho me preguntaban en un medio de comunicación de la capital de España, en referencia a la gestión que llevaba a cabo Manuela Carmena, cuál sería, para mí, un alcalde o alcaldesa ideal. Mi respuesta la tuve —y tengo— más que clara, y conste que no va dirigida especialmente a quien ostenta el bastón de mando de nuestro consistorial “foro”, aunque sí aplicable a cualquier pueblo, ciudad o villa de España: “Aquella persona adiestrada en el arte de la política, con la suficiente formación y madurez que le capacite para sobreponerse a los prejuicios, y huir de ser “pueblerino beneficiado” y “beneficiario” que por prebendas en forma de voto de sus “feligreses”, piense que les debe el favor del nepotismo, en ilegítimo trastrueque, que yo denomino vomitivo. Mire usted —le diría a algún alcalde y también a alguna alcaldesa poco doctos en las lides de gobernar—, ser alcalde es mucho más que la irrisoria pretensión de ostentar un “poder” local. El manual de buen uso de las alcaldías implica o debiera implicar, primero, aprender y aprehender que ningún ciudadano está obligado a representar a su pueblo, y si así fuere, una vez presentado a elecciones municipales y saliendo elegido, acarrear con uno de tantos compromisos: la ayuda social a todos los niveles, pero ¡ojo!, aplicada a votantes y no votantes de su partido. Al típico paleto convertido en “beneficiario vecinal” ya no se le admite en una sociedad nueva como es la nuestra, donde lo rancio es sinónimo de podrido, así pues, sería preferible curtirse en lides varias como la honradez. Segundo, un alcalde debe promover la cultura de su pueblo, no colocar ignominiosamente sellos políticos a sus pintores, escultores, escritores... El alcalde provinciano —que no provincial— piensa erróneamente que su cargo es vitalicio pero carece de miras por cuanto desconoce que la seña de identidad propia del municipio no la otorga él, como aficionado, aprendiz o aspirante, sino el artista de vocación y de corazón. Probablemente el alcalde ideal no exista, pero de lo que sí estoy seguro es que dista mucho de pretender serlo quien utiliza las redes sociales para ver en alguno de sus convecinos el defecto que su alma alberga: la maldad y la ignorancia.