Algo de que hablar

28 jun 2017 / 17:00 H.

Por muy buen ánimo que se tenga, por mucho optimismo que se atesore e incluso teniendo una alta dosis de buen humor —y yo creo que un poco de todo esto aún conservo— si lees la prensa, ver la televisión o te asomas al balcón e incluso si paseas por las calles, cuesta trabajo encontrar un tema agradable del que hablar. Son las malas noticias, las pesimistas e incluso las demoledoras las que nos agobian por todas partes. Estamos en serio riesgo de que se nos olvide sonreír, a no ser que te rías con cosas de la tonta María Ignacia, que de pura malafollá hacen gracia. Quizás es que tengamos demasiada información y nos enteramos de las desgracias que ocurren a miles de kilómetros al momento. En cambio estamos perdiendo el contacto con los vecinos, con los amigos, una bonita costumbre de los antiguos que ahora se ejercita por medio de las redes sociales, lo más aburrido e impersonal que existe. Digo yo que cosas buenas, agradables y esperanzadoras pasarán en el mundo, pero lo bueno parece no ser materia interesante para los noticiarios. Cuando yo era un adolescente, existía “El Caso”, una publicación que hablaba de los delitos que se cometían. Ahora, “El Caso” son todos los noticiarios. No cuentan nada más que lo negativo. Y aunque cada vez las malas noticias causan menos impacto, siguen mereciendo los mejores espacios. Y ya empiezan a causar cansancio, porque la abundancia está logrando que el ser humano se vaya insensibilizando y tome las tragedias como algo cotidiano. Es el sistema que emplean los políticos. Nos sacian de trapisondas inconfesables hasta conseguir que lo tomemos como algo normal. Y en cierto modo, ser corrupto en la política se ha convertido en algo bastante normal. Por desgracia, el terrorismo, los incendios, las catástrofes naturales o provocadas ocupan la mayoría de la información. La independencia de Cataluña ya aburre y la corrupción ya no causa sorpresa. Claro que los políticos, para no aburrir, suelen cambiar de opinión varias veces al día. Otros guardan silencio, como Luis Bárcenas en su comparecencia en el Juzgado. En boca cerrada no entran moscas mientras en los bolsillos abiertos entran millones. Y como el ser humano tiene la habilidad de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, pues, nada, se distraen acusando a los adversarios. Todo malo y muy aburrido.