Ámbito territorial

Acada uno nos toca lidiar, —o que nos lidien—, en un ámbito definido donde se dan unas condiciones determinadas, el “yo y mi circunstancia”. Nos sueltan en una plaza y en ella nos movemos buscando el terreno más favorable. Como el toro, cuando sale, lo primero es analizar el territorio, ver hasta dónde se puede llegar y si hay o no salida posible. Es preciso conocer bien nuestro ámbito territorial, social, cultural o moral. No es lo mismo nacer en Madrid que en Benatae, ni de una familia rica o de una pobre, ni son lo mismo unos maestros que otros, ni los toros salen al ruedo con los mismos kilos, con más o menos cara y trapío, aunque estemos hartos de ver algunos bien criados y con buenas hechuras que no embisten y otros agalgados de pasar hambre que derriban al caballo. Cada uno se defiende en la plaza como puede, como sabe o como quiere, con bravura o con mansedumbre. Es una cuestión de capacidades innatas, de conocimientos adquiridos y de voluntad. Por eso cuando llegan elecciones y surgen nuevos planteamientos políticos adquiere mucha importancia el sentido de los terrenos. A quién votamos, para qué lo votamos y sobre qué ámbitos de nuestras vidas y las de nuestros hijos tendrá efectos lo que votamos. Lo más cómodo era identificarse con un partido y seguirlo a capa y espada, dando por bueno lo que el jefe propio decía y por malo lo que decían los de los demás. Era lo común cuando había dos únicas opciones. Pero la situación ha cambiado, la desconfianza ha crecido y a unos días de la votación hay un treinta por ciento de indecisos que, ni se asustan del mensaje del yo o el caos, ni se fían de la suerte del salto de la rana populista que promete arreglarlo todo tirando todo lo que se les ocurra tirar, poniendo en juego cosas tan serias como la delimitación del propio ámbito territorial, España, y pisando, para regular, los terrenos propios de lo personal, lo religioso o lo moral, desde una supuesta superioridad ética que está por demostrar. ¡Hasta ahí podíamos llegar!.