Año de nieves, año de bienes

28 nov 2016 / 12:07 H.

El pasado martes día 22 tuve la oportunidad de asistir como invitado, a la inauguración en Granada del centro comercial Nevada. Casi una década después desde que la Consejería de Obras Públicas presentara un contencioso administrativo que paralizó las obras durante ocho años, las aproximadamente 4.000 personas que acudimos en calidad de invitados a la “puesta de largo”, pudimos disfrutar del estreno por todo lo alto, del que ya está considerado como uno de los mayores complejos comerciales de España. No es mi intención relatar aquí la experiencia vivida ni la excelencia percibida, en lo que a la organización de la gala de este macrocomplejo se refiere. No es mi objetivo profundizar en lo que a efectos de notoriedad supone contar con el árbol de navidad más alto de Europa con 55 metros de altura. Tampoco, lo que desde un punto de vista económico, de empleo o de riqueza suponen las más de 250 tiendas de moda, complementos, deportes, hogar, decoración, bricolaje, ocio, restauración, firmas especializadas y salas de proyección cinematográfica que van a estar presentes en el centro comercial. No pretendo entrar a valorar lo que para los sectores más críticos de nuestro país, significa un modelo de “capitalismo salvaje” que asfixia al pequeño comercio y supone un atentado medioambiental que provoca colapsos en la ya muy atestada Ronda Sur. No es mi intención de igual manera, enjuiciar los argumentos que desde la propiedad posicionan al centro como complementario al comercio tradicional y justifican una aportación directa de clientes hacia el comercio “de toda la vida”, precisamente por el efecto llamada y por la venta cruzada de otros servicios que la ciudad puede ofrecer a esos clientes. Mi reflexión de hoy, parte de que el pasado martes 22 tuve la oportunidad de asistir a la inauguración del centro comercial Nevada, parte de que en los 80 cogí mi primer vuelo en el aeropuerto Federico García Lorca Granada-Jaén, parte de que mi primera película en 3D la vi en el centro Kinépolis de la capital vecina, parte de que mi formación de postgrado he tenido que realizarla allí, parte de que me montaré pronto en su tranvía y parte de una de las peores experiencias que como jiennense he llegado a experimentar, aconteció cuando al preguntarle a un granadino cualquiera cuántas veces había venido a Jaén, su respuesta se podía contar con los dedos de ambas manos. Es por eso que mi reflexión de hoy pretende pellizcar la conciencia de los que están en la responsabilidad de conseguir, que la circunstancia de tener la suerte de estar a tan sólo 45 minutos, sea una opción y no una necesidad, sea un complemento que aporte valor y no una razón que empobrece la autoestima y minimiza el sentimiento de pertenencia. Reflexión que pretende del mismo modo, hurgar en la moral de muchos jiennenses que no gastan el dinero que ganan en nuestra ciudad, que son creaticidas ante cualquier propuesta innovadora que surge, capaces de valorar más lo que es de fuera tan sólo porque no es de aquí y que reniegan de lo que tienen. No es el nuestro un problema de tamaño, tampoco una cuestión de volumen de población. Se trata de implementar de una vez por todas y alejadas de sesgos políticos y de intereses particulares, iniciativas de diálogo y a falta de dinero, de iniciativas que consigan acelerar procesos que a día de hoy se eternizan, por la pesada maquinaria burocrática que impide que seamos ágiles. Se trata de mirar al cliente, al generador de riqueza y al garante de estabilidad, es decir, al ciudadano y trabajar con el foco puesto en dar respuesta a sus requerimientos, a satisfacer sus necesidades y a superar con creces las expectativas que como jiennense tiene puestas en su tierra. Y a éste, exigirle que es él quien debe quererla, cuidarla, recomendarla e invertir tiempo y esfuerzo en mejorarla. El crecimiento ajeno debe tocarnos la conciencia, pero para aliviar el prurito que provoca la envidia sana, hay que ponerse ya “manos a la obra” porque hoy en día no es el pez grande el que se come al pequeño, sino el más rápido el que se come al lento. Es labor de todos.