Ante el nuevo curso

28 sep 2018 / 10:55 H.

En los tiempos que vivimos que para algunos no son tan malos como parecen pero si peores de lo que muchos privilegiados estarían dispuestos a reconocer, nos siguen contando los mismos cuentos de antaño, cuentos que ahora los más espabilados dicen ser ‘Fake news’ sin que casi nadie sepa dónde está el meollo de las cuestiones que podrían importar al común de los mortales y tampoco exista interés alguno de que a esos idem les importe algo que no sea seguir hablando o gozando del “panem et circenses”, con lo que la única forma posible de adentrarse en la materia es intentar dejarse de vericuetos y tomar por el camino de en medio que no es otro que escuchar lo que se habla en la calle, en los mercados, en los bares y en cualquier esquina y en las plazas de los pueblos en las que algún que otro jubilado, dos o tres parados y algún mozalbete con ganas de espabilar comentan las cosas que suceden y sacan punta a los temas de los que habla todo el mundo, sin que nadie los ponga en orden y los exponga a la consideración general.

Pues bien, estamos en septiembre, en la cuesta de septiembre para muchos hogares agobiados por la necesidad de volver a comprar libros escolares que dejarán de ser útiles a final de curso y sí, ahora en la calle se habla con cierta nostalgia del fin de las vacaciones, con mucha ilusión en el caso de los más pequeños de la vuelta colegio, con mucha menor ilusión en el caso de los menos infantes también de la vuelta al colegio, como no podría ser de otro modo también se habla sin ninguna ilusión de la vuelta al colegio entre los adolescentes, y por fin con alguna pequeña ilusión de nuevo curso en la enseñanza profesional y universitaria, hablan los que ya son mayorcitos y esperan acabar pronto sus estudios y llegar al mercado laboral, sin que tengan demasiadas esperanzas aunque sí mucha ilusión de encontrar un empleo que les permita comenzar a volar y dejar el nido paterno, aunque esas ilusiones no suelen cumplirse con la facilidad que sería de desear, porque vivimos en una sociedad en la que hay demasiado desempleo y subempleo, desempleo porque no hay trabajo suficiente para todos y subempleo porque tenemos una de las mayores tasas de titulados universitarios del mundo desarrollado, con lo que encontrar trabajo acorde al nivel de cualificación resulta tarea de titanes. Y hablando del nivel de cualificación de las nuevas generaciones, viene a cuento recordar ahora que también se habla y mucho, digamos que de forma harto reiterativa y bastante escandalosa de la llamada guerra de los títulos o sea de ‘master’, doctorandos y doctores, en especial si esos títulos se encuentran en el currículum de personajes públicos que de manera obligada han de pasar por el escrutinio implacable de la opinión publicada y pública. De manera continuada encontramos lagunas en forma de plagio en algún que otro personaje, adornos no debidos en aquel al que tenemos por más bendito y florilegios varios en aquellos a los que incluso más de uno ha ayudado a encumbrar con su voto, hoy parece ser moneda común, amañar cursos e incluso tribunales para favorecer esas prácticas de algún que otro alumno aprovechado. Y aquí me quedo en este asunto del que tanto se habla ahora porque lo que de verdad importa y sería necesario resolver de una vez por todas en España es la regulación y normativa de la educación y formación en todos los niveles educativos, o sea la siempre deseada y nunca conseguida Ley de Educación, pues por desgracia para todos, desde el inicio de la Transición, nuestros gobernantes y políticos en general todavía no han sido capaces de lograr un acuerdo para mantener estable una Ley de Educación que haya sido elaborada por todos los estamentos sociales afectados, docentes y discentes, consensuada por todos los partidos y autonomías y promulgada con el consenso social más amplio posible. Esta es la gran asignatura urgente y pendiente a la que habría que dedicar los mejores esfuerzos porque la consecuencia de cambiar hasta seis o siete veces la Ley de Educación en los últimos 40 años es que el nivel de excelencia de nuestro sistema educativo se ha resquebrajado y se encuentra en niveles tercermundistas, como indican todos los informes serios y rigurosos que se publican un año tras otro. Eso, y no los adornos curriculares de tirios y troyanos es lo que de verdad importa a esta sociedad, que no está tan adormecida como parece.