Antropología política

28 ago 2017 / 11:25 H.

Basta con echar algunos años la vista atrás para comprobar que el perfil político a nivel provincial, ha evolucionado buscando diferentes propuestas en función del momento y la coyuntura que a cada uno le ha tocado vivir.

¿Se acuerdan cuando, y casi de corrido, gustaban de enumerar los logros que en cuanto a obras ejecutadas o inauguraciones oficiales se habían llevado a cabo durante su mandato? Era la temible y temida lista de los reyes godos (esa cantinela de nombres que fue la pesadilla de muchos estudiantes de aquellos años de reválida) pero en versión política.

Eran tiempos en los que, desde las instituciones representativas se nos dirigía con una cultura orientada al producto, es decir, se realizaban por ejemplo obras de mejora arquitectónica o civil, y las mismas se consideraban útiles y buenas para el colectivo, por el simple hecho de haber podido ser realizadas y por la mera funcionalidad de las mismas.

Algo más tarde y con la llegada del marketing y la comunicación, nuestros representantes entendieron que debían acercarse al cambio cultural y al nuevo estilo de vida que se estaba experimentando entre sus clientes-votantes, con la intención de tratar de proyectar hacia ellos una imagen, ya no tan ligada al producto como algo reconocido y valorado por su propia funcionalidad, sino más bien ligada ahora a una imagen como individuo que se acercase al ciudadano más por lo que representaba como igual, que por lo que hubiese conseguido llevar a cabo. ¿Recuerdan cuando salieron de los despachos para interaccionar con la ciudad? unos pocos encontraron ahí su hábitat, la mayoría... desorientados alejados de la moqueta.

El siguiente paso sería la búsqueda de la diferenciación, no ya tan adherida a las variables que a título individual cada uno de los personajes políticos conseguía proyectar, sino asociada en esta ocasión a una idea de partido, de institución, que incluía en su estrategia de fidelización hacia los simpatizantes, la importancia de sentirse unido a un proyecto político en el que los protagonistas ahora, serían unas siglas, un logo, una melodía asociada a la marca a modo de himno, unos colores o elementos identificativos del tipo rosa o gaviota. El objetivo era diferenciarse en base a elementos emocionales y al valor de los significados que esos simbolismos generan. Seguro, que muchos de ustedes aún conservan en casa alguna flor disecada, algún mechero, abanico o botellita de aceite con la etiqueta torcida de la época...

Posteriormente, algunos de nuestros representantes trataron de construir el concepto de tribu, tratando de asociarse a determinados colectivos que comenzaban a constituirse en auténticos poderes fácticos en la provincia: entidades financieras, colectivos empresariales, asociaciones vecinales, clubes deportivos y algún guiño a determinados cargos militares, eran objetivos obligados en su trayecto hacia conseguir aglutinar al mayor número posible de clientes-votantes alrededor de sus partidos. Algunos lo consiguieron, otros que pretendieron hacer de esas tribus su púlpito, no.

Hace escasas fechas, fue la necesidad de acercar al cliente-votante a su estrategia en la toma de decisiones, la que propició que algunos de los que hasta hace pocas fechas nos representaban, contaran con personas de confianza o influenciadores para de un modo progresivo y bajo el tamiz del asesoramiento, tratar de ir concediendo cada vez más protagonismo al ciudadano, ya que gracias al avance tecnológico que ha supuesto la comunicación a través de las redes sociales, algunos de éstos se debían convertir en aliados-voceros-prescriptores.

Hoy, es el obsesivo análisis de los datos: de encuestas, de intenciones, de campañas, etcétera, el que está deshumanizando la relación de nuestros políticos con sus clientes-votantes. ¿Qué opinan de una comunicación dirigida por terceros al amparo de ganar cuota? ¿Qué les sugiere la idea de estar en 4 sitios diferentes en el mismo día? ¿No les parece que falta algo de alma y sobra protocolo y agenda?