Aporofobia a espuertas

21 mar 2016 / 17:00 H.

Durante un tiempo creí que solo el racismo podía explicar la indignidad que rezuma esta época estancada en las cloacas del desarme moral. Porque si no, cómo se entiende la imagen deleznable de los orangutanes del PSV lanzando a las mendigas de la ‘Plaza Mayor’ céntimos y mendrugos de pan, mientras entonaban cánticos xenófobos de “no crucéis la frontera”. O la de los hinchas del Sparta de Praga orinando sobre una mujer extranjera que pide dinero. Si no es por racismo, cómo se concibe que la Unión Europea haya encontrado una base legal para expulsar a los refugiados a Turquía, cerrando fronteras a personas necesitadas de protección internacional y rompiendo todos los derechos básicos de la humanidad. O el aumento del voto blanco que está alcanzando ese ser grotesco que es Donald Trump. Un candidato cuya única propuesta es ultrajar a todos los grupos étnicos de Estados Unidos, fomentando los ataques contra mezquitas y mujeres que llevan hiyab. Sin embargo, creo que toda esta indecencia social va más allá del racismo, la xenofobia o el machismo. Se trata, sobre todo, de un miedo irracional a la pobreza. Occidente sufre de aporofobia; una repugnancia hostil ante las personas pobres, sin recursos, desamparadas o indigentes. Como si la sola visión de estas figuras provocara una plaga de escasez de la que las democracias no pudieran librarse jamás. Da igual el color de la piel, el sexo, el país de origen o si han perdido casa, profesión y familia. Son pobres y molestan. Ante tanta desesperanza, sé que aún tenemos abierta la posibilidad de un futuro decoroso. La solución no es eliminar la pobreza, bastaría con que los pobres no sean el problema. El otro día escuché decir a una niña de seis años, tras dos cursos dando filosofía en su escuela, que la filosofía le había enseñado a hacer cosas que antes no se atrevía a hacer: a respetar el turno de palabra, a saber cuándo se iba a enfadar y a aprender a controlar el enfado, a no tener miedo, a cambiar de opinión y a hablar de amor. El pensamiento es una energía sutil y necesaria. Aprender a pensar es la única expectativa que nos queda. Un planeta de niñas y niños filósofos.