Aproximación a Rufino Martos

21 feb 2018 / 09:04 H.

Esta muestra de Rufino Martos Ortiz (Jaén, 1912; Córdoba, 1993) permite atisbar la trayectoria de este discípulo de José Nogué hasta 1932 y, desde 1934, alumno de la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de San Fernando. Esto es dos años después de trasladarse Nogué a Madrid. Becario de la Diputación Provincial, enseguida decidió celebrar una exposición personal en Jaén en la, entonces, Sociedad Económica de Amigos del País, recibida laudatoriamente por el crítico de arte Diego Luzón en “El eco de Jaén”, del 21 de agosto de 1935. Los más de ocho decenios transcurridos desde entonces justifican esta exposición celebrada en el Museo Provincial del 19 de diciembre de 2017 al 28 de enero de 2018 que, no obstante, la imprecisión que intuyo en las datas de algunas obras, nos adentra en la trayectoria del artista, a quien la Guerra Incivil (1936 a 1939) alteró los comienzos de su carrera. Años de terror que, como escribo en el catálogo de esta gozosa muestra, conducen su carrera por senderos diferentes a los de un grupo de sus condiscípulos, más atentos a la Escuela de Vallecas y a la inercia de los flecos vanguardistas de los Artistas Ibéricos.

Estimulado por José Nogué, y seducido por el quehacer de Eduardo Martínez Vázquez (Fresnedilla de la Sierra, Ávila, 1896; Madrid, 1971), a quien toma como modelo al palidecer la influencia de Nogué, como vemos en “El molino”, “Cazorla”, 1970, y “Vuelta a casa”, cuadro datado en 1980 y precedentes de una mirada anterior al “Paisaje de Hornos de Segura”, conservado y expuesto en el Museo Provincial de Jaén y, hasta la presente exposición, la pieza más influyente a la hora de acercarnos al quehacer de este artista. Tela de tormentoso celaje que, aunque de modos diferentes y siempre más atemperados, nos devela esta vertiente estilística de Rufino. De otro lado, si “Regreso a casa” permite atisbar la filiación del pintor jiennense con respecto a Martínez Vázquez, también nos aproxima al universo de Muñoz Degraín, maestro del anterior y también titular de la Cátedra de Paisaje de San Fernando. Tal es la conexión de Rufino Martos con la Sierra de Gredos, cuyo aliento pictórico y pintoresco alcanza la sensibilidad jiennense de la mano del primer artista jaenés que repara en las comarcas serranas de Cazorla y Segura de la Sierra, seguido del madrileño Jesús Villar.

Rastrear la pintura de Rufino Martos aconseja indagar en la Sierra de Gredos y en el pensamiento Krausista, referencia que la insolencia del falso vanguardismo ha soslayado y que hoy, realizadas tantas y tan laudatorias publicaciones sobre semejante retórica, sin olvidar que a Francia, a París, concretamente, le venía bien la España del atraso cultural, es menester estudiar con más rigor. En orilla diferente al vanguardismo, figura el paisaje español, por cuyo río corren afluentes como el de Rufino Martos que, como ya se manifestó, encuentran en ”Paisaje de Hornos de Segura”, su más decidido baluarte serrano. Es una etapa seguida por ciertas terrosidades para concluir en una serie de notas de pequeño formato, rotundas de color y briosas de gesto hasta el punto de encubrir una decidida atención expresionista que hace suya y de separarse del concepto anterior de su pintura, cuyas piezas parecerían quedar atendidas desde una mirada celebratoria. En tiempos proclives a la interiorización reflexiva de Escuela de Vallecas o la Escuela de Madrid, la pintura de Rufino Martos nos propone una vertiente amable al paisaje, concebido en áreas de sol y de sombra sobre el plano virtual que, de algún modo, se advierte movido por pinceladas que dejan sobre el plano virtual la renuncia a una sensación atmosférica y a la dominante de grises. Con todo, también son destacables otros registros de su obra, la del avezado artista que recurre con solvencia a la terracota lograda con avisada disposición de tactilidad y movimiento, el dibujante de evocadores nocturnos tratados con barra de pastel sobre papel, sensaciones de estirpe romántica que, entre otras cosas, no abandona, su trayectoria de largo recorrido plástico.

Casi siempre pintados a la misma hora, los paisajes de Rufino Martos fueron contemplados por mi generación de modo casi furtivo. En el Jaén de los años 50, con el Museo cerrado, al margen de la enseñanza prestada en Artes y Oficios por el ejemplar dibujante y pintor Pablo Martín del Castillo y el ubetense José María Tamayo, los pequeños paisajes del artista aparecían de vez en cuando en el escaparate de alguna librería de la calle Bernabé Soriano, en tanto que pequeños bodegones y algún Santo Rostro, firmados por Juan Almagro, figuraban en algún escaparate de la calle Maestra. José María Tamayo se tenía por pintor de retrato y, solo de tarde en tarde, mostraba alguno en comercios de la ciudad, un retrato del General Franco, firmado por Tamayo para el Ayuntamiento de Úbeda, fue expuesto en una tienda de muebles de Jaén, situada junto al lugar donde hoy figura la Peña Flamenca. En semejante marco, hasta la creación del “Grupo Jaén”, en 1966, y la siguiente generación, Rufino fue el paisajista más reconocido, con seguidores tan fieles como Rafael Ortega y Eloy Ingraín, también pintores de temas serranos, conceptualmente muy distantes a Rafael Zabaleta. Los paisajes de Tamayo, alguno de muy buen porte, se conocían muy escasamente hasta la reapertura del Museo Provincial que permitió contemplar “Desgranando maíz”, pieza sensible y luminosa de clima. Fuera, de los tres artistas, acotado en su Quesada Rafael Zabaleta e intencionadamente soslayada la figura de Cristóbal Ruiz, figura Francisco Cerezo y un Rufino Martos ya instalado fuera de Jaén, como profesor, primero en Palencia, luego en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, Rufino siguió celebrando alguna exposición, la última tras la reapertura de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, donde, con Ezequiel Calatayud, hablamos largamente la tarde de un año ahora no recordado. Ya en 1992, con Diario JAÉN, decidimos incluir una reproducción de “Paisaje de Hornos de Segura”, en la segunda carpeta dedicada a pintores de Jaén editada por el periódico con tanto acierto como éxito en aquella aventura que, hasta hoy, cierra el paréntesis con este más que tesonero pintor.