Aquella buena profesora

16 ene 2018 / 09:01 H.

Echo de menos el aforismo: “Al maestro lo hace el alumno”. Recuerdo a Adela, aquella profesora que insistía en que es el trabajo responsable a lo largo del curso el causante de los buenos resultados. Ella era una de esas anónimas profesoras que, con su propio estilo, batallaba a diario por sacar adelante el buen nombre de la enseñanza. Su manera inteligente de interactuar con el entorno educativo, independientemente de los cambios legislativos, le habían permitido elaborar un método propio a lo largo de su dilatada carrera docente, y su dulce voz, la que todo alumno quería oír en su clase, la han escuchado con atención hasta el último de los estudiantes que han figurado, curso a curso, en sus relaciones encuadernadas de discentes, fotografía incluida. Ella estaba convencida de que al profesor únicamente lo encumbran las buenas notas de unos educandos, a los que las clases les supieron a poco, porque disfrutaron con cada una de las sabias palabras que pronunció su admirada profesora. La misma que se alegraba cuando, cada inicio de curso, lo convertía en una promesa de felicidad para el alumno. Felicidad que venía determinada por poseer un nivel de conocimiento muy por encima de unos receptores aplicados, que a modo de tanteo, intentaban poner en aprietos, a la mínima oportunidad, a su profesora. Existían estudiantes que con una serie de preguntas, de las que aparentemente desconocían la respuesta, ponían a prueba las posibles carencias de profesores inseguros. Era célebre la falta de escrúpulos de los empollones que trataban de poner en aprietos a profesores a los que creían poco preparados.

Acostumbrados como estaban en el mundillo docente a escuchar cada equis tiempo proposiciones grandilocuentes por parte de sus responsables educativos, les resultaba extraño que tuvieran que convivir con una serie de carencias, y que enviaran al cajón del olvido, las cuatro moléculas básicas que conforman el ADN del docente, y con las que Adela impartía su magisterio en el aula —el profesor es el responsable de la sociedad del futuro, decía—. La estructura primaria de la docencia estaba constituida por la secuencia siguiente:

A) Trata al alumno como si se tratara de tu propio hijo.

B) En una relación personal con los alumnos, el profesor debe crear una atmósfera relajada.

C) El tratamiento ante un conflicto determinado no debe enfocarse como un problema personal de autoestima del profesor.

D) Hay que mantener la disciplina en el aula y fuera de ella.

La Ley tendría que prohibir el nombramiento de responsables educativos que no conociesen el secreto para subir el nivel de los estudiantes, ah, y el de los que no fuesen del colectivo de la enseñanza, decía. Adela miraba hacia delante sin cambiar el paso. Inalterable, pasaba de los continuos cambios de contenido de las materias a estudiar. A ella, los vaivenes legislativos no le impidieron aplicar su modo ordenado y sistemático de dar clase, siempre lo complementó con la estricta aplicación de la relevante secuencia, imprescindible para conservar su buen nombre como profesora, y para que la honrosa profesión de enseñar pudiera dedicar toda su concentración, comportamiento y resultados académicos a la potenciación intelectual de cuantos alumnos tuvieron la fortuna de asistir a cualquiera de sus clases.