Aquí no se puede
Hoy las calles de la ciudad están llenas de las caras que tanto echamos de menos. En cada esquina, un “¿Qué tal todo? ¡Cuánto tiempo!”, el abrazo —”emocionado. / ¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...” que diría Vallejo— y la historia: “pues nada, en México, con ganas de volver” o “en Berlín desde hace un par de años. Lo he pasado mal, pero parece que ahora empiezo a levantar cabeza” o “en Madrid, nena, es que aquí no se puede”. Todos regresan a casa unos días, pocos días —cada vez son más los que regresan, cada vez son más los que se van— y se vuelven a marchar y la ciudad se vuelve a quedar vacía: llena de distancia, falta de las caras que tanto echamos de menos, llena de huecos, falta de sus proyectos y su trabajo, llena de abandono, falta de sus manos y sus grandes ideas. Por unos días, pocos días, las calles bullen, la ciudad está preñada y parece que algo va a ocurrir —se imaginan si dejara de ser un reptil tumbado al sol—, pero es solo espejismo, se marchan —¿por qué se marchan?—. «Nena, es que aquí no se puede».