Un viaje al futuro desde el Pleistoceno

13 oct 2016 / 11:50 H.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”, que decía el poeta. Pues no. La primera vez que fui a Sevilla fue en mi juventud, cuando ya había descubierto que más allá de la raya del horizonte la vida asentaba sus posaderas. A Jaén la conocí unos años antes, en mi adolescencia, pero tan de pasada que no llegué a poner un pie en tierra. No hubo contacto físico y, eso, es como no estar. El autobús no se adentró más allá del Parque Felipe Arche.

Me ocurrió como cuando, años más tarde, fui a La Habana y el avión, por aquello del bloqueo norteamericano, se dirigió a Toronto a repostar. Nos tiramos tres o cuatro horas a bordo, sin poder bajar a estirar las piernas en la cantina porque las autoridades aeroportuarias canadienses no estaban por la labor. La suerte es que, como el avión era cubano, a bordo, el cubalibre de “Habana Club” costaba un dólar. El autobús que me trajo a Jaén procedía de Granada y solo estuvo el tiempo necesario para que embarcasen varios pasajeros. Luego prosiguió su ruta hacia Andújar, esta maravillosa ciudad en la que yo pasé dos años de mi adolescencia que resultaron fascinantes. Formaban parte de las vivencias que se tienen más allá del manchego horizonte.

Traigo esto a colación porque en ese viaje me llamó mucho la atención que, justo al llegar a la provincia de Jaén, en la divisoria que aparece en los mapas, pasado el letrero en el que ponía “Provincia de Jaén”, el autobús empezó a dar saltos. Era la nacional N-323 con un firme de cuando el Pleistoceno. No entendía a qué podía deberse ese cambio tan brusco en el asfalto. Aunque no hay que ir tan atrás. Hoy día, en muchas carreteras de otras provincias siguen existiendo esos pintorescos contrastes que anuncian los límites territoriales. La práctica, por lo común, debe de ir con el cargo de quienes deciden. Los años 90 supusieron una revolución para esta provincia. Una década en la que se construyó la autovía Bailén-Motril, que es la gran arteria del desarrollo y conecta en Bailén con la Madrid-Cádiz y con el resto del mundo. Recuerdo que el jefe de Carreteras de Andalucía Oriental, cuando las obras, le auguró 500 años de “vida” a la nueva autovía. Año y medio después de su inauguración ya la estaban parcheando. Como eran tiempos de frenesí y burbujas de gaseosa y ladrillo, el estado de bienestar se extendió por todos los pueblos de la provincia. Los jiennenses comenzaron a viajar como nunca antes lo habían hecho. Se aplicó a rajatabla la teoría de Einstein y las distancias dejaron de medirse en kilómetros para hacerlo en tiempo. —¿A qué distancia está Granada? —A una hora. —¿Y Madrid? —A tres, si se le pisa y no hay retenciones en Despeñaperros.

Esa revolución también fue industrial y agrícola. Las cooperativas de aceite de oliva, sus socios, comprendieron que tenían que modernizarse y que el objetivo era el de la calidad, en el campo y en el molino. Solo así, su esfuerzo, podría redundar en beneficios. Y se hizo. Ese primer paso llevó a cada vez más emprendedores a ponerse las pilas y exigirse más.

En todo este proceso es justo reconocer el apoyo de las administraciones, desde las europeas con sus fondos hasta las locales, en especial de la Diputación Provincial de Jaén.

Hoy, la calidad de los aceites jiennenses está sobradamente contrastada en todos los foros y cada vez son más los productores que buscan la excelencia, aceites para degustar y disfrutar como se hace con los platos de la alta y baja cocina. Ese esfuerzo hace que los aceites de oliva virgen extra jiennenses sean embajadores, en todo el mundo, de un país y un producto que fascina a gentes cuya cultura nada tiene que ver con la del aceite de oliva. Los reconocimientos no han hecho más que empezar y, en ello, juegan un papel decisivo un puñado de empresas y almazaras que son la punta de lanza que allana el camino.