Roma, capital de las espadas de alquiler

15 oct 2016 / 11:52 H.

Hace unos días, me reencontraba con un antiguo compañero del colegio mayor. Tras recordar, entre risas, tiempos compartidos y alegrarnos del presente mutuo, charlábamos de los proyectos ya no tan futuros. Aquí, él defendía, con ciertas ínfulas, su compromiso con el medio ambiente y el compromiso de dejar algo mejor a generaciones venideras. Sin embargo, estas cosas huelen y, rayando un poquito la petulante fachada, reconoció que, como arquitecto, en realidad, él hará lo que le digan, porque, en caso contrario, otro ocuparía su lugar y más en un sector con tan poca oferta. Había un refrán por ahí que hablaba de perros y ladridos que no consigo recordar del todo... No es la primera vez que expreso mi orgullo de pertenecer a la que creo la generación más capaz de la Historia. Pero eso no quita que tengamos algunas carencias graves, entre ellas, la de los valores. Y esta cerveza me hizo querer ahondar en las raíces del problema.

La Iglesia, más que le pese a alguno, ha hecho mucho daño al crecimiento humano e intelectual de la sociedad, es más, lo sigue haciendo. Sin embargo, al igual que la guerra, evoluciona sus tácticas. En la encarnizada lucha que mantuvo durante siglos con la ciencia, o Razón y Fe, como Santo Tomás presentara a los contendientes, se va viendo doblegada por el inevitable avance del conocimiento. Cosechando derrotas cada vez más sangrantes y, con el desastre definitivo en el horizonte, decide retirarse del campo de batalla, y buscar un nuevo oponente, al que pueda subyugar. Jugada maestra la suya, cuando desbaratados sus cuentos y patrañas por el progreso, secuestra los valores morales, poseyéndolos y tergiversando su significado a voluntad, quedando los paganos, huérfanos de los mismos. Pero no estuvo sola en esta expropiación, Papá Estado, en un beneficioso pacto común en el siglo pasado, delegaba a la Iglesia, la guía espiritual de sus ciudadanos. Con lo cual, la fe, el más astuto de los fanatismos, cambia de rival, pasando, ahora a ser, antagonista jurada de la filosofía. La una, incita a reflexionar, a argumentar, a debatir, a equivocarse, a crecer; la otra, invita a comulgar con el dogma, a imponer, a adoctrinar, a pensarse poseedor de la verdad, a arredrarse. Así de triste.

¿A dónde se dirige, entonces, la generación más capaz si carece de brújula moral? Como no podía ser de otra manera, a ningún sitio. Bueno, a ningún sitio en particular, porque moverse, se mueve. Al sol que más calienta. ¿Por qué no hay filosofía en todas las universidades como asignatura obligatoria cada semestre? Es uno de esos casos en los que la crudeza de la respuesta hace temblar al propio sistema: porque pudiendo tener herramientas fácilmente intercambiables, para qué necesito discrepancias con mi manera de explotar el mundo. El pensar, te hace incómodo, por tanto defectuoso y reemplazable. Vuelve a ser Roma la capital mundial y, nuestras escuelas y universidades, ludus que adiestran mercenarios especializados en distintas armas y formas de matar, siervos de la bolsa más vasta. Una bolsa despiadada y a la que no le gustan las preguntas, de ningún tipo.

El Tío Ben, poco antes de hallar su fatídico final, le contaba a su sobrino, Peter Parker, alter ego del Hombre Araña, que un gran poder, conlleva una gran responsabilidad. Así que, aunque hayamos crecido para convertirnos en las piezas de repuesto de la generación anterior, no deberíamos olvidar, que el ser más competentes, nos hace más responsables.