Asignatura pendiente

26 jun 2017 / 10:52 H.

Cuando estaba estudiando la carrera pensaba que el derecho eclesiástico sería una asignatura hermanada con el derecho constitucional, y que abordaría el factor religioso desde la órbita del derecho fundamental de la libertad religiosa. Craso error. Ya en la primera clase el profesor planteó a bocajarro la siguiente cuestión: ¿es nulo un matrimonio de un tío con su sobrina segunda de dieciséis años, si posterior al matrimonio surge una impotencia coeundi? La respuesta sorprenderá pues resulta que no es nulo por la minoría de edad sino por la impotencia coeundi. Me la dejaron para septiembre.

Este planeta, y más aún este país, se enfrenta a un reto cívico de futuro: la laicidad. El mero hecho de plantear esta cuestión puede acarrear reacciones viscerales. Sin ir más lejos, voy a aprovechar que estoy con mis padres para preguntárselo... un momento, ahora vuelvo... En efecto, mi madre, me ha contestado con su gran ¡Pum! el equivalente a una bofetada onomatopéyica que suele soltar ella cuando no sabe qué decir, que ya es difícil. Al salir he cerrado la puerta porque se han enfrascado en una diatriba contra esta generación que no entiende nada de esa madre acogedora y amorosa que es la Iglesia. Y pueden que lleven razón, pero creo que las religiones no nos traen nada bueno. No voy a caer en la simplicidad de argumentar que las religiones han ocasionado la mayoría de las guerras de este mundo, pero sí que han sido la excusa perfecta para instar a hacer cualquier guerra o terror que se precie. Que ha llegado el momento de la laicidad no solo lo digo yo. El Papa Francisco se manifestó a favor de la laicidad acompañada, eso sí, de una sólida ley que garantice la libertad religiosa. Así se lo he recordado hace unos minutos a mi madre que, todo hay que decirlo, siempre ha manifestado que el Papa Ratzinger es la mente más preclara del siglo XXI; como suena. Con falta de rectitud de intención, continúo contándole que el Papa Francisco también ha decidido excomulgar a los corruptos, e instar a los obispos a que abandonen las propiedades materiales no dedicadas al culto. Puede que también le haya soltado lo de la Iglesia con el IBI. Ya saben, esos privilegios de los que goza la Iglesia católica, apoyada por el Tribunal Supremo que obliga a la exención total del pago del IBI por todos sus inmuebles, y no únicamente por aquellos destinados a actividades de culto. Lo cierto es que se calcula que tiene unos 100.000 inmuebles en España y que, por tanto, tendría que pagar unos cinco millones de euros si se le cobrase el IBI.

En mis sueños más ilusos pienso en una sociedad laica donde se hubiera realizado un pacto para originar un nuevo credo de lo invisible. El pacto tendría solo tres puntos. Como las religiones se fundamentan en seres invisibles cuya existencia no se puede demostrar, el primero sería que daría igual que se tratara de un dios, una diosa o diferentes dioses. El segundo artículo universal debería eliminar, eso sí, a los más coléricos y terribles que originan el miedo o la culpa, con objeto de erradicar la creencia de que todo lo indemostrable es peligroso, oscuro o envuelto en castigo; enorme tarea, porque la psique humana está tan profundamente incrustada de espíritus malignos y demás gentuza encolerizada que hemos acabado por convertirnos en personas miedosas y paralizadas. Por las mismas razones, el tercer enunciado establecería que cualquier pensamiento o teoría donde hubiera un elemento incorpóreo debería reducirse al ámbito individual, por lo que todo lo demás, es decir, las normas, las reglas y los ritos que han ido conformando las religiones, dejarían de tener importancia. Con estos tres principios inamovibles, el mundo, sin duda, dejaría de globalizar las guerras por culpa de lo invisible y se realizaría el milagro de convertir lo invisible en arcilla, en imagen, en palabra, en sabor, en vida. Porque cada persona genera decenas de buenas ideas por minuto. Reflexiones que solo necesitan un soplo para liberarse y ser acción. Pero nos empeñamos en alimentar conceptos ya establecidos por otros, en preservar dogmas. ¡Y ya está bien, por Dios!