Bailar ante el rey

31 may 2017 / 11:46 H.

En las lecturas que mi inolvidable maestro Guillermo Llera nos hacía leer en aquella escuela de Primera Enseñanza de la calle Mesones, recuerdo una referida a un reino de un país de cuyo nombre no acierto a acordarme donde las cosas, como casi siempre es habitual, no iban bien para los ciudadanos mientras que los gobernantes daban signos de opulencia.

En aquella corte, había un ministro que cada día, cuando finalizaba su jornada, iba a despedirse del rey y, sin más, se ponía a bailar ante el monarca dando unos saltos exagerados. Esta actitud era considerada irrespetuosa por el resto de ministros que se sentían rebajados, menoscabados y acabaron por presentar una unánime queja al rey en demanda de que prohibiera al ministro excéntrico hacer aquellas danzas ridículas. El rey se lo pensó y antes de tomar una decisión decidió llamar al ministro bailarín para tratar de saber por qué procedía así.

Una vez ante el rey, el ministro le dijo: “Majestad, yo hago este baile por honestidad, porque quiero estar bien con mi conciencia y en paz con vos y con el pueblo. Majestad, ¿por qué, aunque sea por curiosidad, cuando los ministros vengan mañana a despedirse de vos, no les pide que cada uno realice un baile parecido al que yo hago cada día?”. El rey quedó intrigado, pero decidió poner en práctica lo que su ministro le había sugerido. Y llegado el momento de la despedida de los ministros ante el rey, surgió la sorpresa cuando a medida que los ministros daban enormes saltos y hacían extrañas convulsiones, las monedas de oro iban saltando a chorros de sus bolsillos. Esas monedas que cada uno sustraía cada día del tesoro nacional.

El rey quedó atónito, pasmado, sin poder creer lo que veía. El ministro excéntrico le dijo entonces. “¿Veis, señor? Yo intentaba demostraros con mi baile mi lealtad y honestidad”. Una ejemplar lección que yo aún, a pesar de los muchos años transcurridos, recuerdo perfectamente. Es más, es difícil olvidarla cuando cada día veo que los políticos —no pocos de ellos— siguen llevándose lo que pueden de la caja nacional. No es que se deba exigir a todo el que tiene un cargo político relevante deba bailar todos los días ante Mariano Rajoy.

No serviría porque los billetes de 500 euros no suenan al caer como las monedas de oro y porque hoy existen docenas de procedimientos más sofisticados para evadir el dinero. Pero de alguna manera habría que hacerlos bailar.