Bajo una forma cómoda

18 dic 2018 / 12:09 H.

Es corriente ver a jóvenes de últimas generaciones permitiendo cosas que no deberían existir. Es normal hasta cierto punto que jóvenes acomodados no tengan problemas con la adquisición de una vivienda, con encontrar un trabajo digno, con recibir una educación apropiada, etcétera. Pero resulta también una obligación natural ayudar a bajar el precio de la vivienda, a repartir mejor el trabajo y a formar adecuadamente a esos colegas que no tuvieron o tienen la oportunidad de acceder a esas necesidades básicas, ya que por circunstancias no han sabido o no han podido cambiar el sistema de vida que fortaleció a otros en su día”. Encontró el joven el apoyo de alguien como yo cuando hablábamos de estas cosas, por eso terminó de desahogarse: “Filósofos, políticos, empresarios, curas o magistrados, que más da, si todos son personas de carne y hueso con sus defectos y debilidades, pero carallo, sostener y no enmendar la idea de que debe haber gente que desde que nace está condenada al fracaso, debería resultar un axioma como mínimo turbador para la condición humana”. Y como si le hubiesen dado cuerda, el joven continuó: “No me gustaría que la historia dijera de nosotros que cometimos la peor de las aberraciones, avalada además por una mayoría irresponsable, que no vio, o no quiso ver la verdadera situación del estado de cosas que nos concernían de verdad. Lógicamente, si cada uno de nosotros no se vuelve crítico de semejante aberración, ésta no tendrá dificultad en acrecentarse. Lo que quiero decir es, que si a los jóvenes no se nos ofrece la oportunidad de prepararnos a conciencia y no hacemos nada por demostrarnos a nosotros mismos que todo esto nos afecta de algún modo, si no mostramos más interés en unirnos y si no terminamos de ponernos en guardia frente a los autores de tamaña aberración, sea de la naturaleza que sea, tendremos de verdad que temer por el enquistamiento de una realidad que no tendrá problemas en dejarnos sin futuro”. De todo lo sugerido por el joven, pensé a guisa de juego mental, que el oprimido, cuando digiere la opresión del opresor y no es capaz de rechazarla, se indigesta y enferma y si la opresión es de un opresor que goza de todas las bendiciones habidas y por haber, entonces se indigesta y muere irremisiblemente por haber simplemente disentido. “Preferiría —dijo el joven— que nadie relacionado con la judicatura, los partidos políticos o el clero, me impusieran práctica alguna, porque no deseo sentirme moldeado por escultores que en vez de arcilla porosa utilizan para dar forma a sus figuras eslabones engarzados con reglas que ahogan la libertad. Creo a pie juntillas —continuó argumentando— que resta mucho por hacer y que los jóvenes no deberíamos permanecer inmóviles, viéndolas venir con los brazos cruzados. La mayoría de nosotros pensamos que nuestra opinión debería ser respetada, que debería contarse con ella en cualquiera de los foros de debate y decisión, cómo, llevándola a la práctica. No conozco otro modo de mejorar las cosas que se le escapan a los gobernantes, sobre todo, porque no conviene complicar más las cuestiones que nos afectan sobremanera. Urge labrarnos un porvenir y sentirnos miembros activos de una sociedad imperfecta que tratará evidentemente de justificar todo lo que expresamente le interese justificar... ¿o no?