Balconada entre la campiña y el valle

08 mar 2017 / 12:05 H.

Desde que se abrió, después de no pocas protestas, la variante de la carretera A-311 a su paso por la Lahiguera, los viajeros solo llegan a ver una esquina de su cartografía urbana, la que, elevada sobre una suave loma, aparece coronada por el viejo templo rodeado por un pequeño caserío. El viajero ve solo la punta del iceberg de un municipio milenario, estratégicamente ubicado, que posee una rica geografía histórica, física, urbana y humana.

El acta de nacimiento de este pueblo está datada en el Neolítico y sus primeros pobladores llegaron a estas tierras al final de la Edad del Bronce, según atestiguan los yacimientos encontrados en “Los Pozos”, “Los Granaos”, “Carzones”, “El Tejar”, “Colorines” y “Las Canteras”. Más tarde, en la época íbera, se construyeron enclaves destacados en “La Atalaya” y “El Cerro Corbún”, lugares ocupados después por los romanos, quienes ocuparon otros lugares como “El Arbolico”, “Los Morales”, “La Alcantarilla”, “Las Ventillas”, “La Velasca”, “Las Losas” y “La Cuesta de la Dehesa” y construyeron un puente, de cuya importancia habla la cartografía de la época. Fueron, no obstante, los musulmanes quienes llamaron al conjunto de alquerías que levantaron cerca del camino, llamaron la “Fuente de la Figuera”, nombre que derivó en el siglo XIII en “La Figuera”, posteriormente, “La Figuera de Andújar” hasta que, ya independizada, tomó el nombre de “Higuera de Arjona”. En 1995 recuperó su nombre original, “Lahiguera”, aunque ya castellanizado.

Sepa también el viajero que el municipio se extiende por un fértil territorio de 44 kilómetros cuadrados, que sirve de puente entre la campiña y el valle. Estas tierras, cuya altura máxima, 429 metros, está en el Cerro de Las Atalayas, se la conforman redondeadas lomas por cuyas laderas corren aguas que van trazando los arroyos “El Pilar”, “El Gato”, “El Tesoro”, “El Donadío”, “Fontanilla”, “El Pozo”, “La Pila”, “Saladillo” y “El Salado de los Villares”, cauces que surcan extensos olivares, guardando entre cañaverales restos de una flora autóctona ya desaparecida.

Aconsejo comenzar el paseo por la parte alta de la población, en donde se advierte un abigarrado caserío en el que se mezclan casas sencillas, con fachadas limpias y encaladas, con otras más suntuosas, construidas en los últimos años. Todo este barrio gira en torno a la primitiva Parroquia de La Consolación y La Casa de la Tercia. Este viejo templo parroquial, construido en el siglo XV por caballeros calatravos, ha sido históricamente víctima de destrozos arbitrarios y demoliciones de elementos de su original estructura; y no solo durante la vandálica destrucción de la última guerra, sino también antes y después. El otro edificio, la “Casa de la Tercia”, hoy ruinoso, pasará a ser un espacio cultural, después de que la pasada semana el Ayuntamiento lo adquiriera para su rehabilitación y puesta en uso.

Antes de continuar el paseo por la parte baja, recomiendo una parada en el altozano cercano desde donde se contempla una panorámica cuya mejor descripción la realizó el escritor Juan Eslava en su novela “En busca del unicornio” cuando, al salir del pueblo, el protagonista dice embelesado: “Y dimos vista a la Sierra Morena, alta y azul, y a partes gris; y a su falda vimos, tendida como blanca sábana al alegre sol mañanero la ciudad de Andújar”. A la parte baja del pueblo se puede llegar por diferentes caminos: por la “Cuesta de los Caballos” que lleva al actual templo parroquial, edificio de estructura sencilla, afeada por el lugar en el que se levantó; o seguir el camino que pasa por el viejo cementerio y lleva al parque y la carretera; o bajar por el entramado de calles que, desde la iglesia, pueblan la ladera; o pasear, dejando a un lado el viejo barrio de Vistalegre, por la calle Real, dividida en tramos que, desde el siglo XIX, marcan un acentuado clasismo. El tramo más emblemático de esta calle es, sin duda, el conocido como “El Cerrillo”, escenario en el que, por Semana Santa, se vive uno de los momentos que más emotivamente unen al pueblo, “Las Carreras”. Más allá, siguiendo la calle, a la izquierda, se abre la plaza, espacio frío e inhóspito, vivo solo en los meses estivales. Y desde ahí la calle sigue hasta desembocar en la carretera, pasando antes por el Ayuntamiento, edificio construido en 1914 y que aún mantiene su empaque primitivo. El crecimiento de la población, iniciado a finales del XIX y que alcanzó la cota de 4.000 habitantes a mediados del siglo XX, hizo que el casco urbano se extendiera en dos direcciones, una hacia el norte, buscando el manantial de la “Fuente Vieja, y otra hacia la carretera, una cuenta pendiente que espera que un día se haga “justicia histórica”, condenando a quienes, borrando del mapa el camino más antiguo, corto y recto entre Jaén y Andújar, truncaron el futuro de este pueblo.

Pero lo más preciado de este pueblo es su geografía humana. El “higuereño” o “higuerense” es trabajador, tenaz, ahorrador, individualista, desconfiado, quizás por escarmentado, pero si rascas un poco, asoman destellos de un alma solidaria, confiada y rebelde, perspicaz. Solo poniendo en valor sus fortalezas, pueden dibujar un futuro de un pueblo que prefiere aumentar el pasivo de las cuentas bancarias a invertir en proyectos innovadores que apoyen a los jóvenes de un pueblo con el índice mayor de jóvenes titulados universitarios; un pueblo que, siguiendo el lema de “imaginación al poder” no puede despreciar la riqueza de su privilegiada ubicación geográfica y buscar en lo más profundo de su alma colectiva la clave que sirvió de fuerza motriz a quienes en el pasado sacaron de las entrañas de este pueblo, con mucho sacrificio, la riqueza que lo hizo grande, laborioso, noble y solidario.