Banderillas a toro pasado

16 nov 2017 / 09:37 H.

Si hay alguna sensación comparable a la de correr un encierro con reses bravas es la que notábamos en las manifestaciones antifranquistas cuando se arrancaban de largo los “grises”. El sabor del riesgo, en ambos casos voluntariamente aceptado, nos producía ese “molinillo en el estómago” que cita Antonio Gala y que de alguna forma nos hace sentir un poco toreros. No sé si en Cataluña, donde unilateralmente prohibieron los toros, han tenido la misma sensación, en vista de que, cuarenta años más tarde siguen, —vuelta la burra al trigo—, empeñados en cantar la misma canción, tachando de franquismo todo lo que no les da la razón. Cada uno es libre decir lo que quiera. Hoy se puede. Pero convendría hacer menos demagogia con la historia y leer más a los expertos que la escriben. Porque las referencias al franquismo, pasadas por filtros ideológicos que separan buenos de malos, están empezando a cansar, no ya por aburridas, sino por tramposas, al ser usadas precisamente como recurso para ocultar indecencias políticas propias de los mismos que con tanta energía las recuerdan. Y en ese juego andan de la mano las supuestas izquierdas regeneradoras y los nacionalistas de la pela y del tres por ciento. Ahora resulta que después de cuarenta años la culpa de todos los males la tiene Franco. El gobierno de España es franquista, la bandera, la administración, los funcionarios, los policías, los jueces... todos somos franquistas. Y bien mirado igual es verdad, todos en parte lo somos o lo fuimos. Pero todos. En Cataluña también. Y no porque llenaran el Nou Camp saludando brazo en alto para darle medallas al caudillo, sino porque en todas las épocas hay que trabajar, hacer pan, inventar, tejer, gobernar, cantar, escribir o bailar. Y hubo mucha gente que lo hizo con decencia y con verdad. Ni todo fue malo entonces ni todo es bueno en la actualidad. Por eso ya no cuela el rollo de los modernos antifranquistas. Que, por cierto, los hay de dos tipos. Están, por un lado, los que teniendo edad para serlo en vida de Franco ni se movieron del sitio, pero con el tiempo, ¡albricias!, se armaron de valor para, cuarenta años después de muerto el dictador, lanzarse al ruedo a colocar banderillas a toro pasado. Estos deberían ser más prudentes, aunque solo fuese por respeto a los que sí estuvieron en aquellas lides y que, por cierto, cerraron las páginas y heridas que ahora se pretenden volver a editar. De otra parte están los de nuevo cuño, jóvenes cabreados, sin falta de razón, que descargan las rebeldías propias de la edad contra un franquismo extinto, revivido en sus mentes por coletudos profetas, sintiéndose así defensores de libertades que, paradójicamente, y gracias a la transición que tanto critican, disfrutan como los demás no pudimos disfrutar. Estos pronto entenderán que son otros los morlacos a los que se van a tener que enfrentar. En cualquier caso, verlos juntos, tan “indepes” y tan valientes, empujando y hasta escupiendo a algunos de los policías —los que su trabajo hacían—, en busca de un arañazo televisado que echarle en cara al gobierno de la España que tanto les oprime, me trae a la memoria aquellas otras imprevisibles carreras en las que no daba tiempo ni a mirarse las heridas, porque el objetivo no era enseñar arañazos sino evitar con torería los temidos vergajazos que de todas partes llovían.