¡Banderofobia!

17 oct 2017 / 10:29 H.

Llevo mucho tiempo dándole vueltas a mi problema. No deseo herir susceptibilidades. Sin embargo, las circunstancias me obligan a hacer pública mi ignominiosa dolencia. Imaginen mi foto con una pequeña franja oscura cubriendo mis ojos para preservar el anonimato, y una leyenda a pie de página con el texto: ¡Ayúdenme, padezco banderofobia! Puede parecer un asunto banal o un mal menor, pero es muy molesto, sobre todo en épocas de exaltaciones patrióticas como la que estamos viviendo. No sé si existen más casos como el mío. Mi problema es que sufro un pánico invencible hacia las banderas. Prometo hacérmelo mirar. Pero hace años que sufro en silencio este problema, para mi vergüenza. Al principio era solamente una leve indisposición en determinadas fechas señaladas: el 18 de julio en mis primeros años de vida; más tarde el 12 de octubre y el 28 de febrero. Sin embargo, paso a paso, mi aversión hacia los trapos simbólicos ha ido escalando peldaños en mi maltratada psique. Tras una infancia huyendo de yugos y flechas y bicolores adornadas con aguilucho, pasé mi adolescencia a la sombra de hoces y martillos, y luego fui gobernado por enseñas que representaban en su interior anagramas de gaviotas y rosas; y en los últimos años, banderas anaranjadas y moradas reclaman también mi voto. Parece ser que todos los partidos necesitan sintetizar la supuesta complejidad de su discurso en un dibujo o en unos colores más o menos atractivos. Pero no es solamente un asunto de partidos políticos. El pacifismo de bandera blanca y el ecologismo de insignia verde fueron los siguientes pasos de mi calvario ideológico. Y lamentablemente la cosa fue a más cuando me enteré que en determinados países sus atributos nacionales están protegidos con extremo rigor por su sistema penal, de modo que unos turistas españoles fueron encarcelados en Letonia por llevarse una bandera, delito por el que en Corea del Norte pueden llegar a condenarte a largos años de trabajos forzados. Todas estas noticias no han hecho sino incrementar mi dolencia. Y me temo que la cosa va a más. De un tiempo a esta parte no puedo disfrutar de mi afición favorita, el fútbol, porque me da grima ver al juez de línea correteando por las bandas ondeando su banderín. Sé que parece exagerado, pero se trata de un problema muy serio, porque en verano, más de una vez he estado a punto de ahogarme en las embravecidas aguas, porque no he sido capaz de mirar, frente a frente, la bandera roja de la playa. Necesito ayuda urgentemente. Y es que lo mío es últimamente insostenible ante el crispado panorama territorial de nuestro país en el que llevan la iniciativa los seguidores de telas capaces de lograr el fervor fanático de las multitudes. Es un panorama de mástiles sujetando rencores. Todo ello presidido por el reduccionismo que simboliza en barras o estrellas el catálogo de agravios. Ignorando que no hay pensamientos complejos capaces de encerrarse en un trapo enhiesto. Líneas rectas que impiden los giros de un discurso. Filosofía de trapo. Activismo de balcón. Es el destino de las ideas encarceladas en barrotes de colores. La geometría patriótica que reduce la variedad del pensamiento humano de un territorio a un simplista diseño cromático. Por favor necesito ayuda. ¡Padezco banderofobia!