Bello recuerdo

07 feb 2019 / 09:07 H.

Febrero está abriendo profundas y dolorosas brechas en mi ánimo. Es comprensible que, cuando se llega a mi edad, las ausencias de personas queridas se produzcan con demasiada frecuencia. Es tan lógico como inevitable, pero eso no quiere decir que la pérdida de familiares y amigos entrañables, por esperadas, no duelan y laceren el alma. No existe ninguna pócima milagrosa que pueda paliar este dolor. Tal vez, el tiempo consiga suavizarlo pero nunca hacerlo desaparecer. Cuando hace dos días les recordaba la muerte de un amigo, hoy no puedo resistirme, aunque me está costando un calvario escribir por la emoción que me causa, al traer a estas columnas el bello recuerdo de un amigo fraternal que nos dejó el pasado domingo, festividad de San Blas, y precisamente Blasa se llamaba su madre, fallecida cuando aún era muy joven. Con José Cobo de Guzmán Torres, mi amigo del alma, coincidí en los años de juventud, cuando las ilusiones empezaban a aflorar y los chavales comenzábamos a abrigar sueños e ilusiones.

Nuestra convivencia en el Cuadro Artístico “Calderón de la Barca” fue inolvidable. Un grupo de muchachos de 15 a 17 años que juntábamos nuestras voluntades para entretener y hacer felices a las gentes desde el escenario. Unos cantaban, otros bailaban, o recitaban o, como Pepe Rodríguez Poyatos y yo, intentando sembrar sonrisas. Pepe formaba el trío “Los Crescovil”, junto a Paco Crespo —también ya fallecido— y mi “primo” José Villar. Pero Pepe Cobo era y fue muchas importantes cosas más. Fue delineante, dibujaba y pintaba al óleo, llegando a ser profesor de dibujo técnico, y rendía culto a la naturaleza, dedicando muchos años a tratar de descubrir los secretos que nuestros montes escondían.

Y, sobre todo, Pepe fue un esposo, padre, abuelo y amigo ejemplar. La enfermedad hizo presa en él hace años y, aunque personalmente hacía tiempo que no nos veíamos, nuestros contactos telefónicos eran muy frecuentes. Y siempre nuestras charlas estaban jalonadas por la sonrisa, porque él siempre tuvo un humor desbordante, entre las muchas virtudes que le adornaban y que le hacían ser una gran persona. Una entrañable persona que se ha marchado pero dejándonos a todos los que le conocimos un bello recuerdo. Y quiero decirle a Ana, su esposa, a sus hijos y sus nietos, que no están solos en el dolor ni lo van a estar nunca mientras quedemos sobre la tierra tan sólo uno de los muchos amigos que le quisimos.