Borrachera de agua

06 may 2017 / 11:37 H.

Cuando despertó Montoro, el dinosaurio todavía estaba allí”. Y el segundo párrafo del relato: “Y él seguía como ministro de Hacienda”. Sin duda la genética jiennense de superviviente afila los sentidos, se sabe que cuando la necesidad acucia sale a relucir el ingenio. Pasan líderes, caen opositores y él permanece impasible en la figura, crecido en su oratoria, socarrón en la crítica. Con el cuerpo enjuto de los que saben de los peligros de la carne. Los casi calvos, además, tienen ese pacto con el tiempo que les permite ver cómo se deteriora el resto de cabelleras. Y a fe que no solo en sentido figurado Cristóbal Montoro ha visto el deterioro de compañeros de bancada, literalmente vio caer a becerros de oro del centroderecha, algunos de esos ídolos están hoy enchironados en Soto del Real. Eso sí, chorizos de buena familia, curados en la sierra madrileña.

En su primera etapa como ministro en el año 2000 tuvo que tener una aparición, quizá no mariana, pero sí fundamental. Dio con la llave maestra de las cuentas públicas españolas y hasta hoy, con permiso del paréntesis socialista en el Gobierno, él guarda su tesoro. Mariano Rajoy tiene confianza ciega en un economista curtido ya en los ritmos del Congreso de los Diputados y que sabe mantenerse en un segundo plano, fuera de foco, para cuando lo estima oportuno dar el golpe. “Dar cera, pulir cera”, que diría el maestro Miygagi. De hecho, alterna esas certeras patadas de la grulla en el hemiciclo con la acción contemplativa, quizá atrape moscas con palillos chinos en la intimidad. Da el perfil. Esta semana, sin ir más lejos, nos brinda un nuevo aforismo para los manuales políticos ibéricos: “Venimos de una borrachera de gasto público y ya quieren ir de copas a celebrarlo”.

A Montoro siempre le ha correspondido ser el aguafiestas, probablemente curtido en la sombra como “pagafantas”, hoy disfruta de su rol como un sumo sacerdote ante al que, a la postre, hay que pedir consejo espiritual y algo de vino. A él le corresponde afearnos la conducta, recordarnos que somos mal pagadores, adictos al pago en B y evasivos con los impuestos. De tarde en tarde, amenaza porque lleva la cuenta de cada uno en la cabeza, como los buenos tenderos.

De vuelta a las frases lapidarias de este Paulo Coelho de las finanzas públicas, desde su provincia, su Jaén natal, nos daríamos con un canto en los dientes de tener hoy una buena resaca. Significaría que antes hubo una gozosa fiesta inversora, que nuestros siempre cicateros gobernantes pagaron las suficientes y necesarias rondas de infraestructuras públicas. Seguir la fiesta sería cosa nuestra, en todo caso, pero es que no nos invitaron ni a la copa de espera. Rácanos de hoy y siempre.

Como ayer hiciera el padre de Montoro, buscando fortuna en Madrid como pintor, otras tantas generaciones salen por el mismo camino. No hay cupo jiennense que contabilice tanto histórico agravio. Así que nada de bacanales, que aquí somos austeros por decreto.

En Jaén capital, no obstante, cabe la posibilidad de que se nos fuera la mano con el botellón. Ya sabrá por Fernández de Moya la casa de los horrores que es hoy el Ayuntamiento con una colección única de proyectos tullidos. Pasen y vean. Aunque conoce de primera mano que dilapidar dinero público en fanfarrias, de momento, no es delito en España.

Así que con esta historia solo cabe al alcalde Javier Márquez y al concejal de Hacienda Manuel Bonilla salir a la plaza pública a calmar al respetable ante las amenazas de los profetas del Apocalipsis. “El fin del mundo no va a llegar”, nos cuentan como juglares de otro tiempo, aunque reconocen que en la bolsa están las monedas justas para pagar los servicios básicos que presta el Ayuntamiento. Es una manera sutil de decir que vamos a seguir tirando... Una pena, porque cuando acaban no tienen ni para un buen chato de vino con su tapa de queso. Solo para agua.