Sin agua no hay vida ni prosperidad

22 mar 2018 / 08:48 H.

Hay regiones enteras en África fustigadas por la sed. En ellas llueve poco a nada, por lo cual sus tierras están arruinadas y sus manantiales agotados. Solo se contemplan desiertos interminables y vastas zonas deforestadas. Sus gentes viven sin la dignidad y la higiene que puede brindar un inodoro y sin protección ante las aguas residuales no tratadas. En esos lugares, la parquedad de recursos hídricos alza el costo de los alimentos, engendra dolor y muerte, provoca epidemias, miseria y subdesarrollo. Los habitantes de países tan probados por la falta de agua potable como Somalia, Yemen, Zimbabwe, Mali, por citar algunos nombres, conocen bien lo que significa una gota de ese precioso elemento y el enorme esfuerzo que hay que hacer diariamente para recoger y almacenar algo del mismo. No tienen a disposición un grifo del que mane agua dulce y sana. Y la exigua cantidad que logran encontrar, tras horas de fatiga, saben que tienen que hervirla pacientemente para beberla; de lo contrario, enferman. No pueden ducharse cuando lo necesitan, ni cepillarse los dientes a menudo, tampoco asear su casa en condiciones. Y miran hacia otros lugares donde el agua no es un problema y se preguntan estupefactos: ¿Por qué en determinadas naciones se malgasta alegremente? ¿Cómo es posible tanto desperdicio de un elemento cuya tenencia, manejo y consumo, en un futuro no muy lejano, será el desencadenante de enconados conflictos armados? Fue en la Conferencia de la ONU para el Medio Ambiente y el Desarrollo, que tuvo lugar en Río de Janeiro, del 3 al 14 de junio de 1992, donde se propuso que se instituyera un Día Mundial del Agua. Dicha jornada se hizo realidad posteriormente gracias a una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que fijó su celebración cada 22 de marzo. Desde 1993 se viene, pues, llevando a cabo tan feliz y fecunda iniciativa, que se ha convertido en ocasión propicia para animar a las entidades internacionales, nacionales y locales, a la sociedad civil y a las oenegés, a interesarse esmeradamente por el sector hídrico, al tiempo que en una circunstancia única para sensibilizarnos sobre el valor de un recurso vital y necesario, pero no precisamente ilimitado o siempre renovable. El tema elegido por la ONU para la edición de 2018 lleva por título “Naturaleza para el agua”. Lo que se pretende es fomentar el cuidado de la naturaleza para afrontar los desafíos que presenta el agua en pleno siglo XXI. Si no los encaramos y no ponemos lo mejor de nuestra parte para salvaguardar el agua potable de nuestro planeta, veremos su rápido y creciente deterioro. Al respecto, no es cuestión de contentarnos con formular discursos altisonantes o solemnes declaraciones. Ante el agua, lo que en verdad se requiere, y con urgencia, es cambiar de actitud. No podemos seguir como hasta ahora siendo caprichosos consumidores o despreocupados contaminadores.

La celebración del Día Mundial del Agua 2018 ha de interpelar nuestro estilo de vida y nuestras opciones, porque la falta de agua o su inicuo despilfarro no es algo privativo solo de algunas zonas de Asia, de Haití o de extensos y depauperados territorios africanos. Sería inútil escurrir el bulto creyendo que el problema nos queda muy lejos. Lo tenemos a las puertas de nuestros hogares, porque nadie ignora que hay también países europeos que padecen, cada vez con más frecuencia, crisis por el agua.

Es imperioso que nos mentalicemos, promoviendo una cultura del agua de modo inteligente y educando en ella a las nuevas generaciones. A tiempo y a destiempo, en el seno familiar o en ambientes escolares, insistamos en la gestión sensata y solidaria de este valioso recurso, en su consumo juicioso y, cómo no, en lo nocivo que es un uso impropio de los recursos hídricos. Recordemos que el agua es de todos. Es un bien común que hay que preservar. No es un simple producto a merced de implacables leyes de mercado. En su encíclica Laudato si’, el Papa Francisco fue claro y audaz al afirmar que, “en realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la supervivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”.

De nosotros depende, de todos y cada uno, que ese líquido sea utilizado racionalmente, lo cual nos ha de llevar a reducir drásticamente su desperdicio para que el reparto pueda ser más equitativo y llegue a todos. En este sentido, y sin querer ser exhaustivo, es importante que economicemos agua cuando lavemos el coche o limpiemos la casa, cuando procuremos nuestra higiene personal o pongamos la lavadora o el lavavajillas. Es fundamental que avisemos a las instancias pertinentes de las pérdidas de agua por tuberías públicas o sistemas de riego agrícola en mal estado. No dejemos la cisterna o el grifo goteando. Es imprescindible asimismo que no dilapidemos el agua cuando bañamos a nuestras mascotas o regamos los jardines domésticos y los parques municipales.

En definitiva, es tiempo de actuar responsablemente y aprovechar bien el agua, ahorrarla, depurarla, reciclarla, no contaminarla. Que a ello nos estimule la celebración del Día Mundial del Agua 2018.