Corazones de espartano

03 jun 2016 / 17:00 H.

De piedra me quedé hace unos días al leer en la prensa nacional la noticia de esas pintadas que aparecieron en un colegio de Educación Especial de Fuenlabrada. Da hasta vergüenza reproducirlas y mucho asco pensar en quien haya podido hacerlas: “Minusválidos de mierda. Todos a la cámara de gas”, “Muerte a los niños en sillas de ruedas”, “Tontos, mongólicos, retrasados”. ¿Qué clase de repugnante ser, porque no quiero descalificar a los animales, que hasta el más insignificante o el más fiero de ellos tiene mejores sentimientos, sociópata asqueroso con apariencia de persona y corazón de espartano, puede sentir eso? Cualquiera de los aludidos en esas pintadas tiene más calidad de humano y más derecho a vivir que un individuo de estos, al que la naturaleza o quien quiera que decida esto, de forma equivocada, ha dotado de todo lo que exteriormente le da aspecto de humano, pero al mismo tiempo con la insensibilidad de un pedrusco. Y recurriendo a esos lamentos propios de la impotencia humana, ¿por qué no podría la naturaleza haberle dotado de alguno de esos males que tanto abomina, para abrir en su cerrada mente un resquicio a la empatía?

Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen. Vale, les perdonamos, pero para que aprendan y para librar a la sociedad de un peligro potencial, pues de las pintadas al bate de béisbol, o peor, solo hay un paso, no vendría mal cogerlos y adiestrarlos, porque lo de educarlos lo veo demasiado humano para ellos, hasta que comprendan mínimamente que ninguna persona de esas que aluden ha elegido ser o estar así, y tienen bastante con padecerlo y resignarse, que a todos nos gustaría tener el aspecto externo de normalidad, si es que eso existe, y un corazón que admitiera que somos diversos, que la naturaleza es cambiante y en cualquier momento todos podemos necesitar la comprensión y ayuda de los demás. Y que vislumbren, por último, que ellos, con esa mente retorcida, son más imperfectos que nadie, pero que eso tiene afortunadamente solución si se consigue hacerles ponerse, por unos instantes, en el lugar de esas personas a las que defenestran.