¡Cornás pa tos!

24 ago 2017 / 10:57 H.

César Girón fue un torero venezolano muy enrazado y valiente que gustaba de meterse con sus compañeros de cartel en los prolegómenos de la corrida. Todos los toreros coinciden en que el miedo antes y durante la lidia es inevitable, pero si hay un momento en el que se hace presente con mayor intensidad es ese terrible rato de espera en el patio de cuadrillas antes de hacer el paseíllo. He podido comprobar cómo a los matadores de toros, algunos de ellos buenos amigos, les cambia la cara hasta lo imposible, mientras, con la mirada perdida aguantan cámaras, saludos, abrazos y hasta consejos de algún que otro aficionado impertinente y pegajoso. Esto se hace especialmente patente cuando sucede en la plaza más importante del mundo, la de Las Ventas de Madrid. Es en esos instantes en los que ellos suelen decir que están “hasta las trancas”. Hasta las trancas de miedo, se entiende. Y era en esas situaciones cuando a César Girón no se le ocurría otra cosa que meterse con sus compañeros, reírse de los cambios de color de la cara de algunos o hacer referencias a los temblores de piernas o las posibles colitis sobrevenidas de otros. Tanto era así que, como se cuenta por Antoñete en el libro que sobre él escribió Manolo Molés, en alguna ocasión, cuando todos se saludaban montera en mano para iniciar el paseíllo, César Girón, en lugar de pronunciar la frase habitual “que Dios reparta suerte” sentenció: “cornás pa tos, hijoputas”. Era tremendo. ¿Quiere decir esto que el torero venezolano tenía menos miedo que los demás? En absoluto. Esa insolencia señalando el miedo de sus colegas era precisamente una forma de vencer el suyo. Todos tenemos miedo y es normal que lo tengamos. El “no tinc por” es una reacción valiente y en caliente como respuesta espontánea a los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils. Pero sí que tenemos miedo. “Sí tenim por”. ¿Cómo no lo vamos a tener si no sabemos si hoy o mañana, aquí o allí, van a reventar a alguno de los nuestros o a nosotros mismos? El miedo no es malo. Lo malo es dejar que el miedo nos domine. El miedo nos alerta de los peligros y cuando aparece, si no nos paraliza, —que sería lo peor—, solo caben dos respuestas, la huida o la pelea. La mansedumbre o la bravura. Dice el maestro Esplá que “el valor es el domador de miedos. La capacidad de convivir con nuestros temores a los que no hay que dejar crecer, ni mucho menos permitir que entren en esa sagrada estancia de la autoestima”. Seguramente cuando pasen unos días igual nos vamos olvidando de lo que pasó, pero no será porque no tengamos miedo sino porque lo tenemos, y no poco, a enfrentarnos con la realidad de una sociedad descastada, en la que las “modernas” tendencias tienen como principal objetivo devaluar o, directamente, cargarse los valores clásicos que nos han definido durante cientos de generaciones y atacar y desprestigiar sistemáticamente a las instituciones obligadas a respetarlos. Miedo a preguntarnos qué puede haber detrás de esta movida con tintes prebélicos y a quién beneficiaría un desastre general. Movida que genera el clima más apropiado para que crezca el miedo a la verdad, la desconfianza general y el peor de todos los miedos, el miedo a la libertad. Y entonces podríamos comprobar que lo de “cornás pa tos” puede ser algo mucho más grave que las bromas de mal gusto del torero venezolano.