De gusanos y bacterias

23 abr 2018 / 09:07 H.

El pasado viernes un buen amigo, que además de ser un jiennense de pro, hace gala de ello allá por donde va, Jota Abril –conocido por muchos por su actividad profesional como presentador de televisión, locutor y maestro de ceremonias– publicaba en su red social de Facebook una foto de él mismo comiéndose unos gusanos y un comentario que decía: “La comida del futuro, ¿quién se anima?

No es que a nuestro querido pregonero y auténtico embajador le haya dado por la dieta oriental, sino que de forma original trasladaba a sus seguidores la noticia de que la cadena de supermercados Carrefour, al amparo de la normativa europea del pasado 1 de enero que aprueba el consumo alimenticio de insectos, ha empezado a comercializar alimentos hechos a base de gusanos y de grillos. Se trata de una auténtica tendencia culinaria, si nos fijamos en los datos que aporta la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas, FAO, según la cual, dos mil millones de personas consumen insectos en la actualidad, sobre la base de que los insectos contienen omega 3 y 6, son ricos en proteínas y en vitaminas B1, B2 y B3, además de ser una fuente importante de minerales como el hierro. Al ejemplificar lo que de oportunidad para el desarrollo, o por el contrario, lo que de amenaza para el empobrecimiento, supone un “bichito”, pretendo compartir la reflexión de que al tiempo que algunos al pensar en insectos, lo hacen construyendo en torno a ellos una opción innovadora que pivota sobre la agricultura ecológica –su producción implica la emisión de un noventa y nueve por ciento menos de gases de efecto invernadero–, el respeto al medio ambiente y la compra sostenible; otros al pensar en insectos, lo hacemos con el corazón encogido, inmovilizados por la congoja y temerosos de que el nuevo palabro de moda entre los olivareros jiennenses: Xylella fastidiosa, haya venido para quedarse.

No pretendo trivializar, con lo que para nuestra economía supondría una interpretación laxa de los consejos y recomendaciones que desde la Consejería de Agricultura, Pesca y Desarrollo Rural nos vienen aportando; nada más lejos de la realidad –este no es un tema para bromear– pero sí quiero aprovechar esta –permítanme– jocosa comparación, para extraer algunas consideraciones de cómo a diferencia de la proactividad que es generadora de innovación, el inmovilismo conduce irremediablemente al fracaso. Resulta que después de casi medio siglo como jaenero, he escuchado en muchas ocasiones hablar de romper paradigmas sobre lo que debiera ser el crecimiento de nuestra provincia, he podido leer innumerables artículos que hablaban de superar las creencias que nos mantienen atrapados y no nos permiten ver diferentes posibilidades, convirtiéndose a veces en obstáculos que nos impiden avanzar y conseguir las rutas del éxito. Pero lo realmente cierto, es que no atisbo –salvo casos muy puntuales– liderazgo que asuma las competencias necesarias para pilotar la nave que rompa definitivamente con esa actitud empresarial e institucional timorata, que es necesario desterrar. Liderazgo que es imprescindible, para conseguir asumir de una vez por todas una mentalidad y una actitud positivas y como consecuencia de ello, cambiar y crecer. Este crecimiento debe pivotar a mi juicio sobre dos palancas bien definidas. Una, que consiga adaptar los modelos de venta de todos los productos y servicios que de un modo u otro sean representativos de nuestra tierra, de nuestra economía o de nuestra marca, al nuevo ecosistema de las ventas, que propone una versión 5.0 en la que los procesos comerciales precisan de capacidad de análisis, planeación, estrategia, metodología, evaluación, medición y control, y todo ello utilizando profesionales que entiendan de técnica de venta y de tecnología. En resumen: no tratar de vender, sino conseguir que nos compren. La otra palanca, es la de trabajar con criterios de excelencia la experiencia de esos clientes que ya nos han comprado, para conseguir que se conviertan en prescriptores y en auténticos embajadores de nuestra marca –aunque algunos coman gusanos–.