Del espacio y del tiempo

17 abr 2018 / 09:18 H.

M ira vecina no te cambio la pila, es cara. Solo tienes que moverlo para que se recupere, con paciencia se consigue. Yo estoy aquí esperando a poder jubilarme, pagando por estar abierto. Nadie compra, solo vienen a que les arregle sus relojes de internet. No tienen arreglo, van con remaches”. Esto me comentaba, mi compañera Juana Pérez sobre su relojero. Está frente a casa. Es una persona que realiza la tarea manualmente dedicando el tiempo necesario, pensando en la persona que disfrutará su trabajo. Ha de estar bien hecho y ser durable. Es un artesano. Es el imaginario urbano. La ciudad es un “espacio” donde construimos lo social. En él suceden fenómenos que cumplen una función para las personas. Cultura e identidad. Es el momento para pensarlo. La globalización ha situado su valoración a nivel de la ciudad, desmaterializando lo público, donde deja de construir relaciones sociales. Estamos obsesionados con lograr la identidad mediante referentes que enajenan nuestra singularidad cultural ¿Es evolución? ¿Es transformación? Es la supresión de lo que se ha sido y poder pensar lo que se quiere ser. Programamos lo socioeconómico situándolos en un contexto de control. Dejamos de lado que implica lo sociocultural. Lo económico como proceso que sustenta la vida.

Las ciudades llenas de vida mantienen un espacio público de relaciones para la satisfacción de las necesidades básicas, se adquieren bienes para vivir. El intercambio económico es cultura viva, es vida de las personas, la necesidad de sentir, de comprender. El momento de encuentro del mercado materializa la empatía. Vamos a la peluquería, al bar, más allá de adquirir un servicio, para construir vida. El comercio de proximidad cumple esta función social. Las grandes superficies enajenan identidad descontextualizado el espacio público. Vinculan la ciudadanía a su espacio, fuera de los límites de la ciudad, sin control del tiempo personal para dominar todo su tiempo y actividad. Ocio como negocio. Este comercio genera negocio, pero no trabajo. Se cierran las tiendas del barrio y se abren las franquicias de tiendas de marca. No satisfacen las necesidades del bienestar y seguridad de la población, sino las exigencias de los inversores que les interesa consumo. El mundo de usar y tirar. Se venden ilusiones no realidades. Crear pulsión instantánea y frustración a corto plazo y vuelta al consumo.

El artesano —el vecino— busca bienestar pensando en uso y la inversión hecha por la persona. ¿Por qué nos deslumbramos por argumentos fundados estudios sin saber qué intereses hay tras de estos? Un resultado puede responder a la manipulación del método de obtención. Nunca fue bueno unir soberbia y dinero creyendo tener la verdad. Las grandes superficies seducen por el aparente movimiento de dinero. No es riquezas, es codicia. Especulación que Carlos Salas sitúa como causa de la crisis que subsiste ¿Dónde dejar un debate sosegado participando la ciudadanía en el diseño del espacio público y no desde intereses empresariales ajenos a la realidad social de la ciudad? ¿Cuándo dedicaremos tiempo a pensar en el artesano que llevamos dentro? Una Jaén espectáculo con luminosas franquicias podrá haber alcanzado nivel internacional, pero no la excelencia. Habrá perdido la singularidad ¿Cómo gestionaremos la frustración de la pérdida de vida al vaciar la ciudad? La respuesta en “La Caverna” de Saramago.