Descolonizar

12 nov 2018 / 11:47 H.

Alguien dijo: “Cuando deseas algo con pasión, el universo entero conspira para que lo consigas”. Pero para concebir nuevas ideas, hay que expulsar las antiguas. El argumento es simple: hay que liberar a la sociedad de los límites que la constriñen. Las crisis no vienen por casualidad, la pérdida de la biodiversidad por ejemplo, se combate como se lidia con una crisis individual o colectiva, financiera o económica. En todo momento y lugar, hay que volver a ese espíritu crítico que anula al manipulador que acapara la atención despreocupándose de lo demás. Todo coincide en que más allá de lo razonable, no existen sino creencias que hay que refutar para que la buena información que obtengamos sea objetiva y veraz. No coinciden con nuestras expectativas de futuro las crisis ecológicas, ni el aumento de la desigualdad, ni las crisis culturales por los valores que desaparecen sin que aparentemente nadie los eche de menos, ya nadie recuerda que hace muy poco, eran referentes sólidos de nuestra identidad ambiental, social y humana. Cuando distorsionan la realidad y nos condicionan todo lo que hacemos o decimos, solo tendemos a quedarnos con lo que creemos que nos conviene, y sin darnos cuenta, hemos anticipado los efectos de una solución mágica que nunca, por desgracia, se presentará. La implicación social de todos, debe mantener viva la idea de que nuestra responsabilidad es inagotable y nuestra entrega a causas sociales dignas, se ejerce sin reservas y hasta las últimas consecuencias. Nada nos es propio en esta acumulación ingente de memoria extraña que con el paso del tiempo se nos vuelve ajena. Se le da bien al poder hegemónico perpetuar la injusticia y extender la humillación y las desgracias a cerebros colonizados, a conciencias subliminadas que prefieren no cuestionar la naturaleza de sus creencias, pero que cuando la asumen como verdaderas, las esconden directamente en el inconsciente. Descolonizar el cerebro supone darle independencia a éste para ejercer con libertad el dominio de los actos que lleve a cabo. El cerebro no puede estar dominado por condiciones sociales, humanas, ambientales, etc. que impidan que sigamos creciendo como personas. Quizá entre todos tengamos que cambiar la organización de las instituciones y mecanismos externos que frenan o anulan las dimensiones en las que nos movemos. La voluntad que nos ocupa, intenta superar las normas de comportamiento que nos hace ser distintos a como somos. Sería ridículo doblegar esa voluntad que propugna un sistema natural que nos identifica. Desacostumbrémonos a esa adicción de dejarnos colonizar y mantengamos viva la imaginación que nos conecta al progreso humano y social. Urge un cambio de criterios para entender lo que nos conviene, modifiquemos lo que ensombrece nuestra imagen personal, dañada por la colonización de un cerebro que necesita expandirse y hablarnos cada día de que hay que cuidar la sobriedad de las ideas y los recursos naturales. Resulta como mínimo ilusorio pensar que todo el mundo tiene que estar colonizado para vivir mejor. Antes de caer en una depresión, prefiero librarme de esa inducción que reduce al ser humano a la condición de colonizado intelectual incapaz de combatir el mal sistémico que padece una sociedad sobreinformada que le resta protagonismo a la persona y a su espíritu crítico. Influyen en el comportamiento con nuevas armas que esclavizan hasta el alma: las ideas catastrofistas, el aumento de los miedos y supersticiones, pero aún estamos a tiempo de librarnos de la colonización mental más grande que jamás ha sufrido el ser humano. Tenemos que pensar en lo que la historia nos cuenta sobre quienes pretenden perpetuarse en el poder con la única intención de confundirnos con crisis financieras, migratorias, etcétera. Es muy difícil sustraerse a la idea de que la colonización mental no es el primer paso para colonizar el porvenir que nos espera, y da la impresión de que se cumplirá a fuerza de insistir en que todo se arregla si nos alejamos de nuestra identidad de personas libres con derecho a elegir nuestras vicisitudes vitales.