Desencantos

21 nov 2017 / 09:15 H.

El sosiego y la libertad que da el paso del tiempo no son gratuitos. Hay que haber trabajado, día a día, para ganárselo. Sin remordimientos de ningún tipo. Nadie nos ha regalado nada: ni una jubilación digna, ni la posibilidad de disfrutar de sus ventajas. Porque hemos contribuido a mejorar la economía, a construir una democracia, a posibilitar un país más vivible, más justo. ¿Por qué, entonces, el desencanto? El personal, por la deslealtad y el olvido, se sufre mucho. Sin embargo, duele mucho más el desencanto que se produce cuando se ha creído fervientemente en algo y ese algo falla estrepitosamente. Verbigracia, las utopías, las ideologías que servían como sostén de unos valores determinados. Desencanto es comprobar cómo las personas e instituciones en las que creías te la han jugado. Se han vuelto corruptos, pillos, mentirosos y egoístas. Ver cómo, en lugar de trabajar para conseguir algo mejor, la sociedad evoluciona hacia el individualismo y la indiferencia, o permite el resurgir de grupos, de “manadas” cuyo único fin es subyugar al más débil para disfrutar, después, con las imágenes de sus salvajadas. Algún día, alguien deberá responder de tanto “Desencanto”.