Despierta la España profunda

04 abr 2019 / 16:52 H.

Si de verdad hubiese existido esa preocupación por los problemas del mundo rural, algunos políticos no tendrían que andar ahora colocándose delante de pancartas que no son propias, improvisando medidas contra la despoblación. En el caso del Gobierno central no parecen serias las ostentosas faenas de los viernes teniendo en cuenta que se hacen con un parlamento disuelto, a toro pasado y fuera del tiempo reglamentario. Pero es que los hay también que así, de un día para otro, se apresuran a hacer brindis electoralistas anunciando sobre la marcha una bajada de impuestos para los que se vayan a vivir de la ciudad al campo. Vamos a ver, que eso está bien, pero que no se trata de rellenar lo que se queda vacío, así sin más, sino de creer en ese mundo rural, de respetar y valorar su manera de entender la vida a la vez que se le dota de infraestructuras y servicios imprescindibles para su desarrollo. Empezando por aprovechar mejor los recursos propios y los incentivos que nos llegan de Europa y que se quedan sin ejecutar. No ha sido lo más grave un problema de falta de recursos sino de actitudes paternalistas y de mala gestión que no ha contado, la mayoría de las veces, con la población autóctona de cada territorio. Sea como sea, con la desatención o desaparición de nuestros pueblos es verdad que España se está quedando vacía. Pero vacía de identidad, de orgullo histórico, de actitudes y de valores propios que es precisamente en los pueblos donde mejor se conservan. Muchas de las claves de lo que fuimos y de lo que somos, la esencia identitaria de nuestros valores comunes —como españoles y como europeos— se encuentran en nuestros pueblos, en sus costumbres, ritos, fiestas y tradiciones, obviadas ahora por la España de lo políticamente correcto que borra de su propia marca los toros, los Sanfermines o la Semana Santa y que nos coloca ahora como fiestas emblemáticas de nuestra tierra nada más y nada menos que la “tomatina” o el día del Orgullo Gay. Dicho con todos los respetos a los buñoleros y a los gays. La España que, por lo visto, ahora tiene que pedir perdón por haber sido uno de los pueblos más valientes, nobles y generosos de la historia, que llevó su civilización, su lengua y su propia sangre al mundo entero. La España conquistadora ahora conquistada, o en trance de serlo, por corrientes ideológicas anglosajonas alabadas por nuevos políticos que, revestidos de un europeísmo de corte liberal, globalizado, financiero y cortesano miran por encima del hombro a esa gente de los pueblos que sigue cazando conejos y perdices en el campo y bailando jotas y pasodobles o corriendo vacas por la calle. Es la España rural, la que guarda precisamente la esencia de nuestra cultura. Esa cultura que, en palabras de Antonio Gala, “no es la que hacemos sino la que nos hace, no es la que tenemos sino la que nos tiene”. Pues bien, en esa España profunda que ahora despierta de su sueño también está la provincia de Jaén que se empieza a hacer visible dentro de esos movimientos. Cosa por otro lado más que saludable porque, digamos lo que digamos, a esta tierra, la tierra del ronquío, le hace falta un buen meneo. Que está muy bien eso de que la provincia sea un mar de olivos, pero, con los datos económicos y sociales en la mano, lo que no tiene sentido a estas alturas es que siga siendo una balsa de aceite.