Día segundo

12 mar 2019 / 11:32 H.

Tener a su lado a Jesús expirante, reo de idénticos tormentos, debió ser conmovedor, pese al ingente dolor del suplicio. Pero Dimas acogió la luz del manso cordero, por eso es el primer predicador que vocea la inocencia del Nazareno. En un instante lo había comprendido todo. Alboreaba de nuevo. Ya no sentía el aullido lacerante de sus carnes desgarradas, ni el fluido discurrir de su sangre hasta la roca reseca. Vislumbró el camino. Solo quería seguir los pasos de aquel inocente. Por eso le dijo: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Jesús lo miró, diciendo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Quizá no fuera la gloria definitiva lo que le prometía el maestro, sino un estado intermedio, de inmenso sosiego, donde descansan los justos de los agobios carnales esperando la Parusía. Quedó el ladrón generoso aliviado de inmediato en su amargura, y una lágrima de gratitud saló su mejilla.Ya no sentía el dolor de las heridas. Rebosaba de amor.

Tarde de cuaresma. Brotan lirios nazarenos por veredas serranas. Zurce la luna de marzo, con su afilada aguja de plata, las desgarradas telas del ocaso. Rezan los asistentes fija la mirada en su cruz. Celebra la centenaria cofradía un culto secular, copioso en símbolos. Cada detalle es una lección de fe, historia cofrade, buen gusto, exacta liturgia; veneración amorosa hacia el sublime Cristo expirante, joya del arte imaginero de una ciudad inigualable.