Días singulares

10 feb 2017 / 11:12 H.

Hay días que sin ser diferentes de los demás, si llegan a tener un sentido especial en la vida de muchas personas, porque marcan el inicio de alguna actividad grata o quizás tan sólo rutinaria pero que se ha esperado largo tiempo. En nuestra tierra uno de esos días singulares, sin duda alguna, es el comienzo de la aceituna. En casi todos los hogares de la provincia hay una relación directa o indirecta con el olivar. Por esta sencilla razón los días de campaña se viven de forma diferente al resto del año. En la mayoría de los casos la vuelta a los tajos es el esperado reencuentro de los obreros con la dignidad del trabajo, aunque sea temporal, ese bien escaso en esta tierra de monocultivo que es la mayor parte de nuestra provincia. Y trabajo significa bienestar y esperanza para seguir adelante.

Caminar por los campos escuchando el ruido de las cuadrillas entre el silencio de los árboles doblados por el peso de la cosecha es una experiencia que me gusta repetir año tras año. A veces me detengo a mirar entre las ramas de los olivos y recuerdo con nostalgia y un punto de culpa, cuando de pequeños buscábamos nidos de tórtola en los meses de verano. Veo las aceitunas maduras y encuentro sentido a los desvelos del agricultor que ha cuidado su tierra durante todo el año para llegar a conseguir ese fruto que espera llevar al molino en los próximos días. Imagino los pensamientos del hombre que lo ha podado y cómo ha dudado entre rama y rama antes de elegir dónde cortar para ir dibujando su figura poda tras poda hasta conseguir darle forma y sentido como una escultura feraz, llena de vida. Aunque el paisaje de olivar sea uniforme y sereno en la distancia, cada olivo es único y tiene un sello especial que le confiere el tipo de poda diferente que se practica en cada pueblo, que aunque parezca un oficio sencillo no deja de tener su arte; es fácil estropear un árbol con una mala poda y muy difícil recuperarlo luego. En fin, me gusta perderme entre los olivos al hilo de mis pensamientos y querencias, siguiendo el rastro de las calandrias que picotean entre los terrones y al atardecer de las tardes de enero escuchar el sonoro y armonioso canto de las perdices en celo que nos habla de la vida que bulle en la campiña.

A veces camino del tajo me detengo ante un olivo sin recoger y doy una vuelta a su derredor admirando las ramas dobladas por el peso del fruto, busco entre las hojas y tomo en mis manos un par de aceitunas, una negra madura y otra algo más verde. Cierro la mano y sigo caminando mientras acaricio las aceitunas largo rato hasta que brillan entre mis dedos, una de jade y esmeralda y otra como una perla de charol. Tienen vida propia y yo intento encontrar en ellas el sentido del amor y la tradición de mi tierra que vive siempre de, por y para el olivo. Los días que son cortos de sol en invierno aún se me hacen más viendo el trajín de la gente que se afana en recoger el fruto para llevar a casa el jornal. Las conversaciones de cuadrilla siempre son motivo de interés pues no solo tratan temas relacionados con el trabajo si no que son una muestra viva de las relaciones y los hechos que interesan a todos. Me gusta oírles hablar y escuchar sus historias que son fuente inagotable de sentido común y sabiduría popular. Al caer la tarde cuando marchan a casa quedan los campos solitarios y en silencio. Las máquinas serpentean por los caminos de tierra y los tractores con el remolque cargado de aceitunas llevan la cosecha un día tras otro a su destino final, la almazara donde la criban, la lavan, la pesan, la muelen y hacen el aceite que es el tesoro más preciado de esta provincia. El atardecer desde el puesto de control de la almazara de mi pueblo es un espectáculo grandioso. Se puede escuchar la voz de la tierra contemplando los olivos de la dehesa, con los arreboles atornasolados del ocaso indicando el camino al sol que cae rápido y se oculta a lo lejos camino de Doñana. El día se ha ido entre los dedos sin apenas darnos tiempo a disfrutar tantas hermosas sensaciones, es la hora de volver a casa y comenzar a vivir el recuerdo al amor de la lumbre.