Dicen que no es de tierra andaluza

28 sep 2016 / 19:00 H.

Hay quien dice de Jaén que no es de tierra andaluza. Y aunque solo sea en parte, lleva toda la razón. Porque, contra lo que pudiera parecer peyorativo, en esa expresión se encierra posiblemente lo que mejor nos diferencia del resto de las provincias andaluzas. La diversidad cultural, paisajística y humana, contenida en su territorio (bien reflejada, por cierto, en las diferentes formas de celebrar fiestas de toros), con culturas, historias e idiosincrasias propias, está muy bien definida en nuestras comarcas, y puede suponer, bien entendida, una clara ventaja competitiva. Porque es precisamente en el desarrollo de esas potencialidades comarcales donde está la solución del futuro de las mismas.

Jaén no es solo olivar. Es muchísimo más. Y es imprescindible salir tanto del monocultivo como de la “monovisión” olivarera de granel. Que, dicho sea de paso, es el gran problema junto a la dificultad del sector para tirar hacia adelante y seguir los buenos ejemplos que, por suerte, que todo hay que decirlo, están surgiendo. Esto no es nuevo. Es lo que se dice en todos los planes estratégicos. Porque eso sí, de planes andamos más que sobrados. Desde aquel famoso plan Jaén que nació para que Franco pudiese dormir, —“Jaén me quita el sueño”—, al más reciente Plan Jaén Siglo XXI anunciado por Zapatero en El Pelón, aquí planes no faltan. Hay planes estratégicos de la provincia, de la capital, de cada comarca, de cada parque natural... Nos pasamos la vida tirando planes. Planes políticamente correctos —que para eso es el poder político quien los encarga y los paga—, en una provincia donde prometiendo se ganan más elecciones que cumpliendo.

Planificar es bueno, pero no sirve de nada sin evaluar lo planificado. Y desde luego, salvo excepciones puntuales, los datos son los que son: el paro y la despoblación. Para ayudar a mejorarlos ha habido y hay recursos estatales y europeos. De los relativos a formación y empleo, por desgracia, conocemos bien las cantidades. De los programas de desarrollo rural sabemos menos, pero ahí están. Como de las subvenciones millonarias de la famosa PAC. Puede que no sea bastante, pero más que de recursos el problema es de gestión de los recursos. Gente preparada la hay, aunque no siempre bien ubicada, por lo que tampoco parece un problema de aptitudes, sino más bien de actitudes para rentabilizarlos. El objetivo es, desde lo local, encontrar nuevas formas de desarrollo descubriendo y aprovechando lo mejor —¡y los mejores!— de cada territorio. Pero en el camino aparecen otros intereses menos nobles que despistan la cuestión. Esta provincia, en lo económico es conservadora, tiene miedo a los cambios, especialmente en el ámbito agrario, desde un sistema cooperativista que por fin parece despertar. En lo social —todos lo saben pero nadie lo dice—, el perverso sistema de empleo y protección social REASS-PER, ha sido perjudicial, por ineficaz, por inhibidor de iniciativas y por injusto. Un plan de empleo no puede tener como objetivo conseguir peonadas para poder cobrar desempleo.

Una reforma enfocada a la generación de actividad, cambiando subsidio por empleo, mejoraría el aspecto de nuestros pueblos y la autoestima de sus habitantes. ¿Sería mucho pedir que se anteponga la rentabilidad social a la electoral? En lo medioambiental, el llamado binomio conservación desarrollo está desequilibrado, porque la primera no puede hacerse a costa del segundo, y porque con sentido común se pueden integrar nuevas y rentables formas de crear riqueza y empleo. Por último, en lo político, urge un saneamiento de los partidos facilitando la ósmosis entre sus estructuras y la propia sociedad, dentro del respeto más absoluto a las instituciones y a la ley. Nos toca a todos y cada uno de nosotros cambiar de actitud para exigir comportamientos éticos y eficientes. Empezando por llevarnos mejor. La bravura del himno tomado a Miguel Hernández hay que sacarla para empujar en la misma dirección, no para andar embistiéndonos a la mínima ocasión.