Difícil de entender

20 jun 2017 / 11:30 H.

Escribo este artículo para despejar cualquier sombra de duda sobre un modo de vida que para mí resulta difícil de entender. Sobre todo cuando intento recuperar el sentido de las cosas. Hay como una angustia existencial que me persigue y me llena de posibilidades creativas y a la vez de incertidumbres cuando compruebo que existe gente anónima que no guarda relación con el imperativo moral que debe regir el destino de una sociedad equilibrada, y al que yo, en cambio, no puedo ni debo sustraerme de su cumplimiento. Sea como fuere, tengo que traer aquí las inigualables virtudes que se hallan escritas a fuego en el código de buena conducta de una sociedad sana. Deberían hallarse respectivamente en el código ético y en una conciencia general con capacidad para preservar valores que constituyen un ejercicio social valiente y responsable. Sobra decir que reforzarían mis certezas y convicciones, así como una razón de ser capaz de eliminar la soledad y el desarraigo que siento en mi mundo interior cuando pienso en una sociedad extraña que no me atrae nada porque aumenta por días el desajuste con su propia realidad. Convivo en grupo y no me siento unido a ninguna tribu urbana en particular, y mis aficiones sobrecogen el ánimo de quien las conoce. El deseo constante de mejorar es lo que nos sacude por dentro y nos moviliza, al menos eso pensaba yo hasta que noté cierta propensión al embeleso insoportable de observar y no hacer algo por remediar lo que no funciona. Es cuestión de imponer un criterio ambicioso para que la realidad vuelva a la conciencia de aquellos que con más malicia que crédito para resolver problemas, no pretenden devolver el optimismo al conjunto de los ciudadanos. Hay un tiempo para cada cosa y cosas que hay que retener para que con el paso del tiempo, el contraste entre el pasado y el presente sea positivo y no exista la necesidad de volver a detener el tiempo para empezar a contemplar el fondo de problemas impostergables que debieran haberse resuelto en su momento. Es como si un sentimiento extraño sustituyera el orden lógico de las cosas. Es como si las creencias de toda la vida ahora no sirvieran para salvaguardar la integración en una sociedad que lejos de superarse a sí misma se resquebraja y debilita al no poder ofrecer el principio de igualdad de oportunidades a los jóvenes que empiezan a labrarse un futuro. El futuro avanza inexorable y la propia moral exige una revisión rigurosa que garantice la equidad y corrija las irregularidades políticas de todo modo y forma inadmisibles. Una ciudad y el Estado se parecen en la forma que tienen de exigir sacrificios a los de siempre sin que tengan como fin primordial el logro de un placer inmediato. Han conseguido que la gente se resigne y se canse de defender siempre lo mismo. Mientras, intentaré esconder mis emociones hasta que logre entender lo que ya de por sí es difícil de entender y quizá borre de mi cara esa sonrisa sempiterna de malicioso reproche dirigida hacia la confusión reinante de valores. Y ya que no pienso claudicar de mis ideas, y ya que no puedo dar la espalda al destino, y ya que no estamos en la fase de cuesta más pelear por algo que ya se ha conseguido, dónde me refugiaré ahora para tratar de sobrevivir al desasosiego incurable de los acontecimientos del día a día.