División de plaza

20 sep 2018 / 12:06 H.

La ruptura de la sociedad catalana está dejando en evidencia la dejadez de funciones de los sucesivos gobiernos de la nación, cuyos estamentos encargados de favorecer la unidad y la convivencia entre todos dejaron de impulsar o favorecer aquellas cosas que nos unen como españoles. Al revés, se hizo la vista gorda mientras se “sobrecargaban” los llamados “hechos diferenciales” con tanto descaro que si faltaban argumentos para “diferenciar” no se reparaba lo más mínimo en “inventar”. Hasta de la marca España se han eliminado imágenes que la hacían fácilmente reconocible por los forasteros —empezando por los toros—, cambiándolas por nuevos conceptos que tienen más que ver con los avances del progreso que con la historia y la cultura propias. Y todo mientras, impunemente, algunas autonomías, montaban oficinas y hasta embajadas en el extranjero. A la sectarización política territorial se suma una especie de sectorización social. Y así por ejemplo, en cuestión de género, y para ser más iguales, marcamos cada vez más la diferencia entre hombres y mujeres —“todos y todas”, “los y las”—, o entre homosexuales o heterosexuales, exaltando el orgullo de ser diferente. En el ámbito laboral inscribimos parados como hombres o mujeres, menores de 26 o mayores de 45, de corta o de larga duración. Jóvenes y viejos se distancian cada vez más. Y en lo ideológico, ahora que llegan elecciones, nos volverán a empaquetar en la caja de la izquierda o en la de la derecha. Al que manda le gusta tener clasificado al personal para el mejor manejo de los mensajes y “las políticas”, que ahora la política también se hace en plural. Hubo un tiempo en que se anunciaban corridas extraordinarias “con división de plaza”, en las que se lidiaban dos toros a la vez separando el ruedo por una valla. Aquello no pasó de lo anecdótico. Lo que sí parece estar calando hoy es eso de parcelar los tendidos según el tipo de aficionados. Se empezó por colocar a los jubilados en una andanada y ya se reclama por los jóvenes su propio sitio, pero en el tendido. Eso sí, a precio de andanada, claro. Hay quien cree que los jóvenes, por serlo, merecen un puesto principal, ya sea en una plaza de toros o en una lista electoral. Pero realmente el hecho de ser joven no es ningún mérito, es sólo una cualidad, que, por cierto, con el tiempo también se va. Una cosa es abaratar la entrada y otra convertir la plaza en una caja de quesitos sociológicos. Porque lo toros no se ven en pandilla. Los toros se ven, se analizan y se sienten de manera personal. La magia de la “común unión” llega cuando los dos de abajo, toro y torero, con su bravura y su arte, ponen de acuerdo a todos los de arriba. Sectorizar la plaza, o la sociedad, es prescindir de lo esencial: la relación de unos con otros, de viejos con jóvenes, de hombres con mujeres, de ricos con pobres, de pijos con catetos y de sabios con curiosos. La radicalización va precedida del agrupamiento, y en la medida que en la sociedad y en los tendidos nos mezclemos para intercambiar viejas experiencias con nuevas inquietudes, estaremos revitalizando una afición entendida y exigente. Lo poco que sé de toros lo aprendí de los mayores, hablando con ellos y, sobre todo, escuchando. Porque hay cosas que solo se explican si se entienden, y que solo se entienden cuando se saben explicar. No sé si me explico.