El diletante

31 jul 2018 / 08:20 H.

Cultivo el arte de escribir como aficionado. Si empecé a vivir un día y a existir me condenaron, si un aliento me insuflaron y un nombre me pusieron ¿Qué tengo que no soy nada? ¿Qué encerrona ideó para mí este destino de penas hoscas y recias podredumbres? Un día me pregunté para qué vivir, y a escribir me dediqué. El tiempo borró las luchas interiores y los tormentos que me conmovían y la vida fue para mí, y mis campos se volvieron fértiles y mis locuras una pura abstracción. Una esponja en la garganta cauterizó la voz y encendió mi deseo de subir en barca sobre río estrellado y dejé de percibir la lejana muerte en cada esquina y me dediqué a vivir, a sentir que era algo más que una mota de polvo y a deslizarme por lecho de flores y clamores que me trajeron una imagen ilusionante, férrea y bien premiada, y ya nada se me pareció tanto como un semejante, y ya nunca me fue indiferente la mente sabia de hombres justos. Y me dejé imbuir por el interés atractivo que la vida ofrece, y se diluyó la pauta de la naturaleza pesimista y quise que me dieran y tener y sentirme educado y no paniaguado. Y me sentí con capacidad para renunciar con ansiedad de sicópata a vivir alejado de compasiones y desprecios, de encuentros amargos que me hicieran perder la valentía de no buscar su boca ansiosa y sus brazos desnudos de acogidas cálidas. Tenía necesidad de desenlazarme de latidos enlatados y unirme a amores que gimen gozosos en la noche. Por fin pude regresar solo al principio, ese futuro inequívoco que es salida e inmortalidad, volví al origen de mi voluntad de inicio donde labrar y sembrar campos de felicidad, y regresé y desandé, lo hice para reconstruir y no tener que regresar. Allí paré y recogí esencia y verdad. Y a cambio de “ná” conocí lo envidiable que es dar sin más. Rompí las cadenas y en medio de tanta desigualdad ya no esperé más, solo a que llegaras tú y pusieras fin a mi soledad y llegaste rauda con el alba, con el sol despidiendo la noche de tu lejanía, y lo entendí todo aunque no supiera de nada. Pobre diletante que le sobra entendimiento para amarte —mi vida—. Yo no quiero nada, lo sé, de esta vida dura hecha para titanes y que mantiene su equilibrio de locos en el progreso de los necios. No prosperan en ella terapias de concordia, no, solo masacres fraticidas e increíbles mutaciones de la personalidad. Vacuo e impersonal parece el signo de mi aspecto que tiene aire de quimera, de hombre que cree sin reservas en tu amor, pero desapareciste y tu metafísica desnuda pasó a ser utopía. Y me dije ven libertad entre nosotros, no sea que pase de largo y nos olvidemos del valor de ser libres, no quiero recorrer el calvario de los que jamás te conocieron, eres mi principio inalienable que hace que la mente ni sufra ni se consuma. Hoy, pobre hoy, si no contemplo el fulgor de tus ojos, sonríe al menos al recordar los sueños que tuvimos pequeña y adorada... Que me pille bebiendo tus dones una muerte digna, que me empape de éxtasis cuando plante tu impronta. No quiero quedarme encerrado con mi soledad, claustro desierto del alma viva, soledad callada atiborrada de gritos anhelantes nunca atemperados por otros amores más deseados. Oh, fronteras del amor que dais lugar a separaciones y castigos que seguro no merecemos porque nos basta con sentirnos cerca, oliendo nuestro aliento...