El fantasma de la libertad

04 ene 2018 / 10:18 H.

Lo he dicho y lo he escrito muchas veces: con las mejores intenciones se cometen los peores errores, se llegan a los más perversos resultados, y ahora al comenzar el año, con píos deseos, nos llenamos de bondades superficiales y lagrimitas fáciles que acaban convirtiéndose en maldades enquistadas y enfurecimientos repentinos. ¿De qué sirven los propósitos, si no hay quien arregle este pifostio? Hegel lo dejó todo atado y bien atado. En el siglo XIX alcanza plenitud el Estado, y coincidiendo con el apogeo del individualismo capitalista, que se alarga en esta época de reproductibilidad tecnológica, se crea una compleja red de represión moral que terminará empequeñeciendo al hombre, circunscribiéndolo al sistema, y más o menos en esas estamos todavía, constreñidos por las leyes que nos gobiernan, unas veces para bien y la mayoría para mal. Por ejemplo, llama la atención que haya tanta disparidad de criterios en cómo interpretar los delitos en países de la Unión Europea, y que lo que aquí sea algo increíblemente ilegal, que en Bélgica ni exista. Pero ya estamos escaldados del tema catalán, y más con las últimas declaraciones del tal Rufián este, que veraneó de pequeño y de adolescente en La Bobadilla, y que tiene muchos primos de Jaén. Se ve que sus padres lo mandaban para el sur en vacaciones, a ver si le venía algo de amor por el terruño, pero surtió el efecto contrario. Muchas veces pasa, desde luego. Si reparamos en cuestiones menos sonadas, vemos cómo el arco de distinción entre agresión/abuso sexual se ha convertido en arma de doble filo, y ahí queda esta perla del año pasado para los anales de las noticias: un juez no apreció violencia en el abuso sexual a una niña de 5 años “porque no opuso resistencia”. Lo dicho. Muchas veces pienso en lo lento que se transforma el mundo, en lo rápido que yo quisiera que cambiara, y en las cosas que haría. Recuerdo mucho, además, a un tío mío que decía aquello de “¡Si a mí me dieran el mando, si me dejaran una temporada...!” En realidad eso lo ha repetido mucha gente y lo he escuchado muchas veces, siempre con su idea de justicia, y de un modo u otro el poder debería rotar, tal y como sugiriera Sócrates, un día para cada persona, para evitar la corrupción. Bueno, el filósofo griego era un extremista algo exagerado, y así le fue, pues desafió todas las costumbres de su época, una suerte de Pepito Grillo de la Antigüedad que no dejaba de decir lo que pensaba —en los grandes pensadores de la historia de la humanidad suele suceder—, y que iba paralelo a pensar lo que decía. Eso es mucho más difícil. Unos tienen estrella y otros vamos estrellados, pero en las hipérboles nunca ha habido nada malo. ¡El siglo XX derramó tanta sangre por la libertad! Solo después de muchas vueltas y vueltas, hemos comenzado a reconocer que la libertad es un camelo, puro invento burgués. De hecho lo dejó bien claro Luis Buñuel en el título de una de sus excelentes pelis: El fantasma de la libertad. El maestro, que conocía bien la ideología hegemónica desde su propia raíz, no dudó en denunciarlo en forma de sátira, aun formando parte de ella... Así que con las mejores intenciones para salvaguardar la libertad en el mundo, enarbolando su bandera por unos bandos y por otros, se han cometido más injusticias o crímenes en los últimos dos siglos, que en el resto de Historia. Y mira que es larga.