El himno de Jesús

11 abr 2020 / 11:32 H.
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Asomaba la Cuaresma a los ojos de Jaén, el miércoles de Ceniza estaba a la vuelta de la hermosa Catedral, el pueblo de Jaén esperaba con ansiada calma, como toda la vida, la procesión mágica de Jesús de los Descalzos. Era necesario, mientras el poderoso acontecimiento llegaba, acercarse a Dios, a su hijo Jesús, a aquél que una tarde apareció en las huertas del puente de la Sierra, en ese pago de hortelanos bravos y honestos. Las emociones se calmaban con el besapié, con la novena, en todos los actos que la cofradía Carmelita realizaba en Cuaresma. Ay, la música, la más bella de las poesías: sus notas se clavan en el alma del devoto, y a la altura de la leyenda del Señor, de nuestro Abuelo, está el himno que el maestro Cebrián compusiera en el año 1934; y por los siglos de los siglos en el corazón del Jaenés. Por fin llegó la madrugada, las trompetas anunciaban la inminente salida de la procesión. En el camarín la muchedumbre aguardaba, los cantones colapsados por el gentío, algo inaudito iba a ocurrir, aunque no insólito: la dulce lluvia apareció para regar los corazones devotos que esperaban la salida del Nazareno, y la procesión se suspendió, y la noche negra cerró el alma de las calles de Jaén, la ciudad quedó triste y desierta. Sergio se acordó de su bisabuelo; de la historia que siendo niño, tantas veces su abuela Carmen, hija mayor de su bisabuelo Cristóbal le contó, de cómo se forjó el himno en la mente privilegiada del músico. Cómo él y el maestro Cebrián, hombro con hombro, coincidieron debajo del trono de Jesús cuando esta maravillosa joya subía por el cantón de la Ropa Vieja. Maldita lluvia que impedía que nuestro amigo celebrara, en memoria de su pariente, y de todos los jaeneros que llevaron a Jesús, la onomástica ochenta y cinco de la creación del himno de nuestro Padre Jesús. Abandonó el camarín, el último, necesitaba rezar ante Él, hacerle un pequeño homenaje. Descendió por la carrera del juego de la pelota, pasó por la Santa plaza de María y su melancolía acariciaba las altas torres de la Catedral. El milagro otra vez se iba a producir: la calle Maestra asomaba a sus llorosos ojos, los edificios eran diferentes, más antiguos y bellos, carecía la calle de su típico mármol inmaculado y los establecimientos que la decoraban eran distintos, más hermosos. Nuestro amigo vio una procesión: gente alumbrando, nazarenos con sus túnicas negras, una magnífica escuadra de soldados Romanos a caballo. ¡Estaba viendo la procesión de Jesús! Siguió caminando hasta llegar a la plaza de la Audiencia para continuar por la calle del doctor Martínez Molina. La belleza morada y cautiva de Jesús de los Descalzos reposaba en su trono, la comitiva había hecho un alto en su jaenita camino, a los pies del trono del Señor, el fabricano Antonio Delgado Anguita, conversaba con el músico Cebrián; este tenía una maravillosa idea en su sabia cabeza y pidió estar en la hondura del trono de Jesús. Sergio contemplaba asombrado tan colosal escena, no daba crédito: aunque lo verdaderamente hermoso estaba a punto de suceder. De debajo del trono salió su bisabuelo Cristóbal y, con un gesto amable de cabeza, le pidió que entrara en el Carro; las lágrimas del hombre hermosearon la mañana.

La campana sonó y el trono de Jesús comenzó a ascender por el cantón de la Ropa Vieja: la belleza cuidada de la calle animó el espíritu de los promitentes y Jesús paseó su belleza por el monte Calvario de Jaén. En ese preciso instante, don Emilio Cebrián había gestado la que sería la pieza musical más amada y admirada por el pueblo jaenero: la marcha Nuestro Padre Jesús, (dedicada al abuelo de Jaén) y para que la misma respirará jaenerismo por los cuatro costados, a petición de su amigo y célebre poeta Federico Mendizábal, la pieza incorporaba como hermoso contrapunto notas del himno de Jaén. Produciéndose el estreno triunfal de la inmensa obra el 24 de Marzo de 1935 en plaza de la Santa Catedral, a los pies de la belleza de lienzo antiguo de la Seo, siendo el conductor de la banda municipal de música el mismo don Emilio Cebrián. El mediodía esperaba en Santiago, como canta el poeta. El maestro y Sergio salieron del carro. Nadie había en la plaza, el trono había desaparecido, ni los nazarenos, ni los paisanos alumbrando, ni los romanos con sus caballos estaban. Todo había desaparecido y el maestro con una amable sonrisa también lo hizo, La lluvia seguía poniendo el epílogo a este hermoso sueño. Amanecía el Viernes Santo, ojalá hubiera sido la lluvia la que hubiera suspendido la procesión del año 2020, pero la realidad era otra: una gran pandemia asolaba a la humanidad, las calles de la cuidad de la luz, estaban vacías, todo el mundo estaba confinado en sus casas, y la imagen de Jesús y su solemne marcha calmaba el animo del jaenita. Sergio, como promitente de Jesús, heredada esa fe y promesa de sus mayores, con el salvoconducto que le daba su amor al señor de Jaén, abandonó por un momento su casa, y dirigió su mirada hacía el antiguo hospital de apestados de la calle Juan izquierdo. Y de su alma nació una bella oración rogando por la recuperación de todos los enfermos y la extinción de ese maldito coronavirus. En el año 2021 Jesús de los Descalzos pasearía su belleza cautiva por la eterna ciudad de Jerujaén.

A Sergio Hernández.

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