El legado de Rafael Valera

06 ene 2019 / 11:18 H.

Con emoción tardía, como consecuencia de mi desconocimiento de su fallecimiento, he leído la hermosa crónica que sobre Rafael Valera se ha publicado el pasado 2 de diciembre, en este mismo diario. Y no otro extremo he de añadir que en todo caso, no sea superlativizar el tamaño de su pérdida, subrayando su congénita bondad, su persistente compromiso sindical y, cómo no, su, tal vez, desconocida trayectoria, en defensa del flamenco. Y sobre este último particular quiero referirme, reitero, porque solo muy pocos la conocen, Rafael Valera entró en contacto con el núcleo fundacional de la Peña Flamenca de Jaén, a los pocos meses de constituirse esta. Era el tiempo, en esta ciudad, en que había que rescatar de los prostíbulos y de juergas de señoritos la verdad de esa estremecedora expresión que es el arte flamenco. Resulta increíble la falta de sensibilidad pública y social en general, de que adolecía Jaén en esa época (segunda mitad del siglo pasado) para, cuando menos, hacerse eco de la creatividad de toda una generación de cantaores, así como de la existencia de eventos tan importantes como el Concurso Nacional de Córdoba en el que se inicia el denominado neoclasicismo flamenco, la publicación de obras tan emblemáticas como “Oído al Cante” de Anselmo González Climent, el “Archivo de Cantes Flamenco” de Caballero Bonal, “El Mundo y forma del cante flamenco” de Ricardo Molina y Antonio Mairena, “De Cádiz y sus cantes” de Fernando Quiñones, etcétera. Era tiempo del declive de los “Cafés Cantantes” que, en Jaén, no tuvieron ningún relieve, ya que la única taberna en que se podía escuchar algún eco de fandango ramplón era en casa del manco o en algún puterío periférico. Poco tiempo después de que Rafael Valera interviniese y colaborase en los debates de aquel colectivo, se produce la publicación de la revista “Candil”, Jaén obtenía en toda Andalucía, público reconocimiento como centro importantísimo de investigación y difusión del flamenco. Y he singularizado en Rafael Valera, mi amigo desaparecido, porque él constituyó un caso excepcional en la identificación y análisis de los cantes antiguos así como de los publicados en las últimas décadas del siglo pasado, hasta nuestros días. Es obvio que no puede defenderse de la vulgaridad y de la ramplonería aquello que no se conoce. Y Rafael, no sé cómo, creo que con audiciones personalísimas, captó la verdad del cante. En realidad, ese era el propósito de aquel colectivo, profundamente enamorado del flamenco, y la aportación de Rafael Valera se concretaba, en la mayoría de los casos, en discernir falsas mixturas, en impostaciones superfluas, en constatar el eco de una escuela de cante determinada, en valorar el metal de voz más adecuado para uno y otro estilo. Son innumerables las anécdotas que, como interviniente destacado, hay que atribuir a Rafael Valera. Espero que, en este año 2019 aparezca ya esa deseada historia de la Peña flamenca de Jaén. En ella podrá conocerse la anchura de la cultura flamenca de Rafael Valera. Descansa en paz, amigo.