El mes
de la decadencia

31 oct 2018 / 12:35 H.

Noviembre, bendito mes, que empieza con Todos los Santos y termina con San Andrés. Tiempo escarcha de castañas asadas y gachas con miel de caldera (caña de azúcar). Velas a los muertos en la oscura habitación, solo alumbrada por una cambiante llamita de la cera que arde en el tazón alimentado por aceite de Jaén. Antesala del crudo y desnudo tiempo, en el que las hojas sin vida son arrastradas por el insolente viento. Hojas que suben y bajan por estas calles de Jaén con cielos plomizos a punto de mojar el campo, donde nacerá el rubio trigo del pan bendito de cada día. La Catedral es un cuadro al óleo pintado de grises plúmbeos y violetas entristecidos. En la tierra labrantía el arado uncido a la pareja de mostrencos mulos ha trazado besana picoteadas por los pájaros que cazan al vuelo los insectos salidos de la tierra. Noviembre es el mes de los que se fueron a la incierta orilla de la que no regresaremos nunca. El viaje lo hicieron sin las pertenencias a las que adoraban en la vida. ¿Para qué llevarse nada si en la otra vida el lujo, la soberbia, el yo tengo más que tú, no tienen valor alguno? Noviembre es un mes agorero, o quizás, el pájaro negro que nos anuncia la decadencia biológica a la que estamos sujetos.