El opio

03 jun 2016 / 17:00 H.

Incomprensible la locura que se ha vivido con el partido de la Eurocopa. Que dos equipos madrileños hayan llegado a la final, debe ser satisfactorio. Que sirva este evento para sacarnos de la negrura de los problemas que nos acucian, vale también. Pero que un deporte, opinable como es el fútbol, nos haga perder los estribos de la forma en que lo ha hecho, no tiene justificación. Mientras catervas de fanáticos han apurado sus recursos en viajes y celebraciones, miles de personas estaban a la deriva en el Mediterráneo en un viaje que no hacen por placer, sino obligados por unas circunstancias cuyo génesis se pierde en intereses poco claros. Familias enteras juegan con pavor a la ruleta rusa. Para ganar su vida, se la juegan, no a un partido, sino a una muerte segura o a la posible salvación con riesgo de morir en el intento. En el estadio Bernabéu, me decía un aficionado, había un madridista que, en los penaltis, besaba, tocaba, acariciaba varias estampas que había llegado consigo. No sabemos si, entre un gol y otro, también rezaba para que los niños que se embarcan a diario en esa aventura, lleguen vivos a una vida mejor.