El pobrecito hablador

16 mar 2018 / 09:04 H.

Reflexionar con calma y objetividad sobre la variedad de acontecimientos que suceden en todos los ámbitos de esta sociedad, la causas de cada uno de ellos, la dinámica que los encadena, el impacto que producen en la gente y las consecuencias que de ellos se derivan ahora y que pueden ser realidad en un futuro próximo, es un ejercicio que sería necesario ocupase la mente de aquellos que tienen el deber de gestionar la vida pública, con el fin de poder desarrollar políticas eficaces, ajustar los cauces de participación ciudadana e intentar lograr una mejora substancial del sentimiento de solidaridad, respeto y pertenencia a una sociedad plural en la que todos se sientan cómodos y con ansias de avanzar. Dicho lo cual me arrepiento de inmediato de haber comenzado a escribir este artículo, pues de forma parecida a lo que decía Mariano José de Larra en “El día de Difuntos de 1836”, “vivo en un perpetuo asombro de cuantas cosas a mi vista se presentan”, ya que me produce un profundo desasosiego ver cómo nada de lo que sucede en este país parezca importar un ardite a ninguna cabeza pensante, opositor postulante ni gobernador actuante, aunque mucho me temo que pensar en la mera existencia de cabezas que piensen es una locura digna de alguien que debería estar opositando a bedel de manicomio.

De gobernadores actuantes existe un déficit crónico, aunque al parecer sobran políticos a manos llenas y a veces también sucias dicho sea con perdón de aquellos que son honrados, si es que los hay en nuestro entorno, cosa que duda el común de los mortales, y digo yo que por algo será, pues que el hombre es bueno por naturaleza que decía Rousseau, aunque eso sí, actúa mal porque la sociedad le corrompe; o sea que si algunos políticos son corruptos la culpa la tiene la sociedad que los produce así, egoístas, insolidarios, trepadores y capaces de vivir en la injusticia de forma permanente para poder así perpetuarse en el poder. Y si esto es cierto puede que no tengamos solución, pero quizás en un futuro próximo ya no recuerde que he escrito nada de esto, hecho que tampoco tendría la más mínima importancia, si no fuese porque todo lo que aquí se insinúa puede llegar a volver a ocurrir cuando el profundo malestar que aqueja a gran parte de la sociedad derive en sentimientos de odio entre iguales que suponen ser distintos y cada día se vayan posicionando más y más en trincheras opuestas, porque en estos últimos años se está produciendo una brecha cada vez más profunda entre los diferentes pueblos de España y las distintas capas sociales. De cabezas pensantes por desgracia no estamos tan sobrados pero todavía quedan algunas que merece la pena escuchar, aunque no es fácil encontrar los foros donde divulgan sus ideas porque hoy en día sólo tiene valor lo que se publica en las redes sociales que por regla general suele ser pura basura, como conviene a los mediocres que medran en ellas. No quiero ser pesimista pero me produce un profundo malestar ver cómo se van desarrollando los acontecimientos causados por los problemas estructurales que nos aquejan, que en mi opinión son, la corrupción, el Estado de las Autonomías, la dependencia del poder judicial respecto del poder político y las desigualdades sociales cada vez más lacerantes. Ninguno de estos problemas tiene una solución fácil y aceptable para todos, pero hay que abordarlos con urgencia porque está en juego la paz social y la supervivencia del Estado. Con relación a la estructura del Estado, no he de hablar de mayor centralización, ni de nación de naciones, ni de Estado federal ni de cualquier fórmula posible que sea aceptada por la mayoría, pero sí de que es necesario conseguir la igualdad de todos los españoles en el nivel de impuestos, acceso a la educación, sanidad, idioma común y seguridad pública. Estas cinco áreas deben ser reservadas a la gestión del gobierno del Estado que las ha de garantizar y ofrecer a todos por igual.

Esa es la premisa inicial para que pueda existir un futuro viable, y en caso de no hacerlo, veremos cómo el Estado de las Autonomías continúa devorando los cimientos de la convivencia e igualdad entre todos y al final se convierte en la tumba del Estado democrático y de España.