El rábano por las hojas

25 may 2017 / 11:15 H.

Más que una moción de censura necesitamos una moción de confianza. Un voto de confianza, vaya. El conformismo es uno de los peores remedios del hombre, y ahí la sospecha se alza como la gran lacra, clave de nuestras miserias. De ahí todo deriva, todo surge, porque hay que compensar apostando por la ilusión y el futuro, olvidar los egos y pensar como si no estuviéramos aquí, como si estuviéramos a punto de irnos, como si ya nos hubiéramos marchado. Decía Octavio Paz que la muerte —la conciencia de la muerte— era lo único que le faltaba al hombre contemporáneo por asumir, y así sigue siendo. Estamos demasiado imbuidos en nuestro propio yo, demasiado preocupados por nuestro ombligo, demasiado encantados de habernos conocido. A la falta de utilidad de la palabra “nosotros” se contrapone la absurda y obscena esencialidad del yo, y después de haberle dado vueltas y más vueltas, ¿qué nos queda? El afán de trascendencia, hueco; las vías de espiritualidad, cáscaras fútiles; los deseos de permanencia, apenas un efecto óptico. Queda reconocer que vivimos, aunque habría que decir más bien que sobrevivimos, y por eso ahí vamos, inflados de jactancia, insuflados de soberbia, maravillados por lo estupendos que somos. No estoy exagerando: este es el mundo de la cero autocrítica... Pero qué voy a descubrir, ¿el Mediterráneo? El ascenso imparable del trabajo precario en España, paralelo a la desideologización, la pérdida de intereses colectivos, la banalización de las redes sociales, o los medios de comunicación supeditados a holdings económico-financieros, ¿no debería plantearse esto como nuestro principal caballo de batalla? La derecha reaccionaria saca tajada de este desbarajuste en el que todos tienen —y mantienen— opinión propia, cada uno con su modelo de lo que es y lo que no. Al menos el PSOE da un ejemplo de democracia, sus bases críticas frente al aparato, poniendo a cada uno en su sitio, le pese a quien le pese. ¿Será la debacle de los socioliberales o el inicio de la remontada? Hay fórmulas posibles: el encaje de Cataluña en un Estado federal, un gobierno a la portuguesa en el horizonte... Sin embargo, claro, mucho antes hay que solucionar lo que se avecina con el referéndum, que no es moco de pavo, complicándose por momentos en medio de esta infatuación de seres supraterrenales que nos rodean, dándose golpes en el pecho contra el materialismo pero arramblando lo que pillan. Y descuídate, que te saltan por peteneras, y luego van dando lecciones de valores. De una manera u otra la gente se repliega a su casa, a su rincón, abogando por un poco de paz o alegría en medio de tanta incomprensión, tanta desconexión de lo que importa, en esta fantasmagoría donde se acaba cogiendo el rábano por las hojas, soslayando lo que de verdad importa. Yo también soy gente y me repliego, como cualquiera, y trato de dejar a un lado esta miseria, este día a día de la desolación y el desencanto, esta corrupción, este hedor... Y cuando pido un poco de silencio, ya sé que podrían acusarme de místico, que sería una ofensa, no solo porque la mística me parece palabrería barata, como quien vende humo al fin y al cabo, sino sobre todo por los que van de místicos, esos usurpadores de la condición humana, maestros de la desconfianza, buceadores de lo inefable y profundo, con cara simpática y podridos por dentro. ¡Esos sí son peligrosos!