El síndrome del Rufián

09 nov 2016 / 10:32 H.

En la floreciente Cataluña, próspera per se y por los muchos privilegios que se le concedieron en detrimento de otras regiones de España, se usaba la palabra charnego como por aquí se podría usar cateto; luego adquirió su carácter más peyorativo para manifestar la repulsa que a muchos autóctonos les inspiraban esas clases pobres llegadas a Cataluña desde cualquier sitio de España buscando el medio de vida que se les negaba en su tierra. Y así siguió llamándoseles al principio de la democracia, mientras los charnegos contribuían a engrandecer la región y hacer más profunda la brecha económica con respecto a sus lugares de origen. Posteriormente, estabilizada la sociedad catalana en ese crisol de culturas, se ha podido perder algo su uso, ojalá, pero sigue latente en muchos de los autóctonos para los que ahora se podría extender el término al resto de España, y, desde luego, sigue en la memoria de los que se sintieron charnegos. Y en estas estamos, cuando viene el señor Rufián, de abuelos andaluces de Jaén y Granada, a decir que es un charnego independentista. Mire usted. Sin ser mucho de identidades y nada de excluyentes, cuesta comprender que en un par de generaciones se les haya olvidado a algunas personas su procedencia. Debe ser el poder de la educación. O también podría ser lo que bien podría llamarse el síndrome del Rufián, o sea, el ansia que tienen algunos por sentirse integrados en una tierra en la que se saben malqueridos por algunos, adoptando las tesis de estos y olvidando que sus abuelos, tal vez también sus padres, inspiraban ese desprecio colectivo que se condensa en la palabra charnego. Porque todo no lo puede explicar la pela. Con su historia, debería mimetizarse y calificarse como desmemoriado, desarraigado, producto de una educación institucional sectaria que ha podido con la influencia familiar, o a lo sumo, si es que le queda algún recuerdo genealógico, como penondecharnego, y dejar de arrogarse lo de charnego, porque esos nunca serían independentistas con lo que ello conlleva. De otra forma, se arriesga a que por esta tierra, como es bien seguro que por allí, acabemos pensando en otro calificativo más a uso para él y todo aquel afectado por el síndrome del Rufián que haga gala apócrifa de lo que no es.