Esta noche gran final

03 jun 2017 / 11:35 H.

El Real Madrid es al fútbol en Europa lo que Angela Merkel a la política: el poder. Poder con mayúsculas. En noviembre de 2012, un dirigente madridista, en la Sala de Juntas del club, junto a las Champions ganadas por el equipo que están expuestas en el interior de una vitrina, me decía: “Si no llega a ser por Florentino y aquel proyecto urbanístico que impulsó de construir las torres en la antigua Ciudad Deportiva, el Madrid sería ahora un club familiar como el Atlético o el Valencia”. Pero el poder del Real Madrid viene de lejos. Desde que en los años 50, Santiago Bernabéu, ataviado con aquellos calzonazos color gris que le llegaban casi hasta el pecho sujetos por unos tirantes, ideó la Copa de Europa. El fútbol cambió desde entonces. El Madrid arrebató al Athletic Club la ligera hegemonía futbolística que mantenía en aquellos años, para apropiarse de ella y no volver a soltarla jamás —salvo en su competencia desde hace tiempo con el FC Barcelona—. El Real Madrid representa actualmente poder en toda su dimensión. Gerard Piqué, jugador del Barça, ha afirmado recientemente que no comparte los valores del Real Madrid, y ha criticado el Palco del Bernabéu, convertido en una especie de hoguera de las vanidades con vistas a un partido de fútbol.

Pero el Madrid, futbolísticamente, tiene un ideario ejemplar basado en el esfuerzo. Cualquier empresa trataría de inculcar esas ideas en la mentalidad de sus directivos y trabajadores. Nunca baja los brazos el Real Madrid por adversas que sean las circunstancias. En el ADN del equipo figura luchar hasta el final, no plantear en ningún momento la posibilidad de derrota, por cercana que esta aparezca. Sobre las 23.00 horas del 24 de junio de 2014, Sergio Ramos se elevó sobre el área rival para alcanzar de cabeza un balón imposible en el minuto 93 y empatar (1-1) un partido que el Atlético tenía ganado. En ese momento, Sergio Ramos desvió hacia el éxito el futuro de la entidad que, en caso de derrota en aquella final de la Champions disputada en Lisboa, hubiera derivado en una honda crisis institucional y deportiva en el club. Florentino Pérez, que tiene el frío sosiego de los hombres de negocios para el devenir de las finanzas, carece sin embargo de paciencia para las cuestiones futbolísticas. Mientras, el Atlético ha crecido exponencialmente desde el año 2010, cuando ganó la Europa League al Fulham con Quique Sánchez Flores como entrenador. Pero el gran salto lo ha dado con Simeone en el banquillo: dos finales de Champions, 2014 y 2016, ambas perdidas contra el Madrid, pero que el Atlético pudo ganar indiscutiblemente. En principio, ese ascenso del Atlético al pódium del fútbol fue acogido con cierta simpatía, o con una antipatía bien disimulada, por quienes ostentan el poder en el fútbol continental y mundial. Pero la insistencia del Atlético en el éxito ha terminado por molestar. Y por estas cuestiones aparecen cosas como el TAS. El TAS ha ratificado la prohibición al Atlético de inscribir futbolistas recién fichados este verano, en un año decisivo para el futuro del club con la inauguración del nuevo estadio. El asunto, polémicas al margen, admite ciertas sospechas. En determinados casos, el TAS, o la Prima de Riesgo, se convierten en azote de los incómodos.

Para el Real Madrid, decíamos, ganar la Champions no es un una cuestión sentimental —que también—, sino una cuestión númerica. La extraordinaria afición de este equipo se ha impregnado de cierta mentalidad Wall Street. El Real Madrid, sí, se parece a Angela Merkel.