Este sistema hipócrita

30 ene 2019 / 12:00 H.

Mientras la sociedad entera asiste como expectantes espectadores, con los ojos puestos y los oídos pegados en Totalán, un niño de 12 años, a su llegada del instituto a casa y toparse con el televisor encendido, cuestiona el machaqueo constante de la información de los medios de comunicación sobre este tema: señalando la paupérrima cobertura mediática sobre los 120 muertos de Afganistán. A la misma vez, un titular de una de las televisiones del país de las Españas decía: “Ser rico también se nota en la esperanza de vida, en España, los ricos viven 11 años más que los pobres”. La brecha entre ricos y pobres, lejos de estrecharse, sigue ampliándose hasta en la muerte y, cómo no, ante las trágicas desdichas. Los hijos o nietos menores del rey, del presidente... no se caen en pozos cuando disfrutan en domingo de un arroz campero entre familia o amigos. La infinita superburbuja protectora del Estado que no restringe en gastos, costeada con el dinero del pueblo, no permite tal fatalidad familiar a tan altas instancias. Este sistema hipócrita de distintas protecciones pasa desde esa infinita superburbuja protectora hasta la finita microburbujita “protectora” que sí restringe en gastos, costeada con el propio y limitado dinero del individuo, que sí permite la fatalidad familiar a las bajas instancias. Tratar de mitigar el dolor y el sufrimiento de las personas, poniendo todos los medios materiales y recursos humanos al alcance de dicha obra, está muy bien y más aun tratar de salvar una vida, trocándose en el gesto individual o colectivo más hermoso de la persona para con la humanidad. Ambas gestas son la obligación innegable de todo Estado. Negarlo sería un pecado social mortal. Pero en demasiadas ocasiones, diversos hechos de cada día: dolor, sufrimiento y muerte afligen a cientos de miles de familias en este país de las Españas con la complicidad del Estado que mira para otro lado. Este sistema hipócrita permite a las administraciones públicas que sus instituciones le quiten los hijos menores a los padres, a aquellos que no pueden tenerlos “como Dios manda”, que el propio sistema les niega el pan y la sal. Pero ¡no pasa nada! Los hijos o nietos menores del rey, del presidente... tampoco son desahuciados ni abandonados a su suerte, ni a merced de la caridad.