Evocando a don Camilo

25 oct 2016 / 12:27 H.

Una fría mañana de San Antón se nos murió Camilo José Cela, el del Nobel, el de los exabruptos escatológicos, el del vozarrón de trueno, el de la lengua de látigo, el de los cabreos cósmicos, aquel que en los últimos días de su vida descubrió los casi cien acrósticos que pueden hacerse con la palabra amor. Pero a fin de cuentas se nos murió el inefable Camilo con el que compartimos aficiones gastronómicas y una modesta relación de caballeros de la Muy Ilustre y Noble Orden de la Cuchara de Palo. En 1990, recién recibido el premio Nobel de Literatura, en Guarromán le concedimos el primer Premio Nacional Cuchara de Palo, distinción que él aceptó y que recibiría un 31 de enero en su casa de El Espinar en Guadalajara, dónde tras una larga sobremesa fue investido, junto a un ventanal abierto a la Alcarria, Caballero de la Cuchara de Palo. Camilo, muy en su papel, firme y con un semblante solemne, con sus manos grandes abiertas como continentes por descubrir y pegadas a los bolsillos mas australes de su chaqueta de explorador, recibía su medalla de caballero y su cuchara de palo inserta en un pergamino de plata que lo acreditaba como tal. Después de agradecer la distinción —Camilo tras su mala uva de buen español, escondía una educación de inglés encastado en gallego ferroviario— me susurró mientras salíamos al jardín de la casa: “Convénzase maestre, a esta edad lo único que quiere uno es que lo quieran”, y al tratar de bajar el escalón que separaba la casa del jardín, un miembro de la Orden pretendió ayudarle sujetándolo del brazo, a lo que él soltándose con educado mal genio le espetó mientras bajaba: “Deje, deje, que yo opino como Picasso, que cuando se es joven, se es joven para toda la vida”. Desde aquella anécdota, en los días previos a su cumpleaños —11 de mayo— los caballeros de la Cuchara de Palo le enviábamos una caja de jarritas de aceite de oliva virgen extra de Jaén, envasadas en Guarromán, con una nota de felicitación: “Cuando se es joven se es joven para toda la vida”. Días después, indefectiblemente, llamaba por teléfono, o escribía, alabándonos las bondades del aceite el cual decía tomar todas las mañanas, y, sobre todo, repartiendo abrazos para sus amigos cofrades de la Cuchara de Palo, Orden de la que decía sentirse honrado en pertenecer. Aceptó también ser presidente de honor de la Asociación Internacional de Pueblos con nombres feos y raros, y con tal motivo nos dijo: “No le cambien el nombre a su pueblo porque a otros les suene mal. En todo caso digan siempre: Soy de Guarromán ¡qué coño pasa¡”. Este año se cumple el centenario de su nacimiento, y ciertamente su repercusión en estas tierras del sur no ha sido muy notoria, pese a que sus restos mortales reposen bajo la sombra de un emblemático olivo en su tierra gallega de Iría Flavia, y que sobre Andalucía escribiera su libro “Primer viaje andaluz. Notas de un vagabundaje por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva y sus tierras”, editado en 1959, en el que sobre las tierras de Jaén nos dejara esta sensata y premonitoria opinión: “A Baeza. como a Úbeda, lo más inteligente sería declararlas monumento nacional enteras y verdaderas y tal como está”. El Instituto de Estudios Giennenses, con acertado criterio, le dedica con tal motivo el próximo día dos de noviembre, la conferencia inaugural de su apertura de curso, que correrá a cargo de su único hijo Camilo José Cela Conde.